En los primeros días de la Creación no había nubes.
Cuando el Señor hizo a Eva el cielo nocturno lucía una grande y esplendorosa luna llena.
Adán se acercó a la mujer y la miró con ojos amorosos. Tendió sus brazos hacia ella, y Eva fue hacia él. Algo iba a suceder, seguramente; algo muy interesante. Todas las criaturas se acercaron a la escena llenas de curiosidad.
A la luz de la luna llena aquello se podría ver muy bien.
Adán y Eva se cohibieron.
El Señor es infinitamente sabio. Siempre sabe lo que sus criaturas necesitan. Hizo un movimiento con su mano y grandes nubes aparecieron en el cielo y taparon la luna. Al amparo de la propicia oscuridad que los ocultó a todas las miradas el hombre y la mujer oficiaron por vez primera el rito del amor.
La luna llena, ciertamente, es inspiradora del amor. Pero en ciertas ocasiones, la verdad, no hay como las nubes.
¡Hasta mañana!...