Jean Cusset, ateo con excepción de las veces que escucha canto gregoriano, dio un nuevo sorbo a su martini y continuó:
-La pena de muerte es un grave pecado contra el hombre y contra Dios. Ningún país que se precie de cristiano debería tenerla.
-En el hacha del verdugo de Friburgo -prosiguió Cusset- se leía una inscripción. "Señor: Tú eres el juez; yo sólo soy tu mano". Decir tal cosa constituye un enorme sacrilegio. La Iglesia debería condenar ese castigo en forma terminante, y trabajar para que las naciones lo excluyeran de sus códigos. Dejar de pronunciarse en tal sentido, por negligencia o por política, es hacerse cómplice de esa barbarie que es la pena capital. Por el contrario, reprobarla expresamente es señalar que la persona, creación divina, está por encima del Estado, creación humana.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!...