Por primera vez mi nieto más pequeño mira las luciérnagas.
La tarde se fue con pasos lentos y le dejó el lugar a una tibia noche de verano. En el portal de la casa del Potrero la antigua mecedora pone ritmo a las sombras.
El niño está en mis brazos. Yo estoy en los de ese otro abuelo que algunos llaman Dios. Entonces aparecen las luciérnagas. Primero es una sola, anunciadora del prodigio.
Luego llegan otras dos, y otra, y otra más. A poco son todas las luciérnagas del mundo.
Se encienden y se apagan, como el amor, como la vida.
Mi nieto contempla aquella maravilla y se sonríe.
Las fugitivas luces son un gozo para él.
Tiende las manos para asir la magia.
Yo quisiera decirle que la belleza más bella es la que no podemos alcanzar. De pronto me pregunta, inquieto:
-Abuelo: ¿Se cayeron las estrellitas?
Tu abuelo, niño mío, no sabe qué responder.
El Universo, donde todas las cosas son una, guarda misterios insondables.
Habrá que preguntarle al otro abuelo.