La gente del Potrero no dice "cofre". Tampoco dice "petaca" o "baúl".
Dice "castaña".
Cada casa del rancho tiene una. La llevó la mujer el día de sus bodas. En ella guardaba sus donas -los regalos que el novio le hizo antes de casarse- y su ajuar de esposa. Ahí las colchas tejidas y las albas sábanas; ahí las fundas de las almohadas con bordados de palomas que juntaban sus picos, y frases como: "Duerme, amor mío" o: "Tuya para siempre".
En nuestra casa está la castaña de la abuela. Abro el mueble y me llega el recuerdo de un perfume de reseda o albahaca. Otras veces creo percibir en su interior aromas de manzana y de membrillo. Las señoras ponían esas frutas entre la ropa de cama para que oliera bien.
Ahora miro el retrato de la abuela, y ella me mira a mí. Presiento que alguna vez guardó un secreto en su castaña. Toda mujer tiene un secreto. ¿Cuál sería el suyo?
No se lo pregunto.
El abuelo nos está viendo desde su retrato.
¡Hasta mañana!...