Por la ventana de la casa del Potrero entra el primer rayo de sol
Dibuja primero en el suelo una perfecta línea recta, sube luego hasta llegar a la luna del ropero, y por último pone su clara luz en la pared.
Ha llegado un nuevo día. Yo doy gracias por esa gracia. Es un regalo que recibo, lo sé, sin merecerlo.
¿Por qué la vida, ese otro modo de llamar a Dios, me da ese don? ¿O por qué me lo da Dios, ese otro modo de llamar a la vida? No lo sé. Pero amanece en el mundo, y amanece al mismo tiempo en mí. Este rayo de sol ha hecho que sienta el alma amanecida.
Con él despiertan los seres y las cosas. Se desperezan los muebles de la casa y se disponen a comenzar otra jornada. Afuera suena el son del agua que pasa por la acequia; se escucha a lo lejos una canción en algún radio, y luego el grito de una mujer que llama a un niño: "¡Pedro!".
La vida suena, y canta, y grita. Yo la abrazo como a una bella amante, y al abrazarla siento que aquel rayo de sol -el del suelo, el de la pared, el del ropero- se posa ahora en mí.
¡Hasta mañana!...