El jugador de ajedrez jugaba una ardua partida en su casa con un adversario de peligro. El pequeño hijo del ajedrecista seguía en silencio el juego.
El señor se dispuso a hacer una jugada. El niñito advirtió el movimiento que su papá iba a hacer y le dijo:
-No muevas ese caballo.
El padre se desconcertó. Examinó el tablero, movió otra pieza y ganó al final el juego. Después él y su oponente reconstruyeron las jugadas y se dieron cuenta de que si hubiera movido aquel caballo indefectiblemente habría perdido la partida. ¡Qué maravilla! ¡Estaban en presencia de un niño prodigio del ajedrez!
Le preguntó el papá al pequeño:
-¿Por qué me dijiste que no moviera ese caballo?
Respondió el niño:
-Porque ya lo habías movido tres veces, y pensé que estaría cansado.
El mundo de los niños está lleno de imaginación. El de nosotros, los pobrecitos adultos, está solamente lleno de razón.
¡Hasta mañana!...