Mi amigo Matt Rodrigues, de Cape Cod, fumaba.
Miento: Fuma todavía. El médico le dice a su esposa que lo deje fumar, que al fin y al cabo ya se va a morir.
Cáncer, naturalmente. De garganta. Primero fue la tos continua, impertinente, luego aquellos dolores que lo despertaban en medio de la noche, atenazadores. Enseguida el diagnóstico. La terrible operación. Y ahora la agonía. Cuando hablaba mi amigo Matt Rodrigues, su voz de portugués antiguo de la Nueva Inglaterra tenía suaves modulaciones, profundas resonancias. Cantaba viejas canciones de cazadores de ballenas, y su risa era de Júpiter Olímpico.
Todo aquello que fue no existe más. Ya no habla Matt: Su garganta es un vivo estertor. Ya no canta: Las canciones huyeron para siempre. Y ya no ríe. ¿Quién puede reír en aquella morada de lágrimas que se volvió su casa?
Mi amigo Matt Rodrigues fumaba.
Fuma todavía. El médico le dice a su esposa que lo deje fumar, que al fin y al cabo ya se va a morir.
¡Hasta mañana!...