Muchas veces he oído la Sexta Sinfonía de Beethoven, pero jamás había estado dentro de ella.
El sábado me rodeó la Pastoral. En el techo de la casa del Potrero empezaron a sonar los leves pespuntes de la lluvia. Abrí la ventana y escuché el bombo del trueno y las flautas del viento entre las ramas de los ciruelos jóvenes. Luego cesó la tempestad y un tenue vapor subió del suelo como una acción de gracias.
Salí a caminar por la tierra mojada, y salió conmigo el sol. Un arcoíris habría sido exceso en aquella gloriosa plenitud que no necesitaba de nada más para ser plena.
Dios, aunque a veces no lo entendamos, es siempre bueno.
La vida, aunque a veces no lo veamos, es siempre bella.
¡Hasta mañana!...