Hay en el cementerio de Ábrego una tumba. Si la gente supiera oír lo que las tumbas dicen oiría esto:
"Fui el hombre más rico del pueblo.
Mi casa era la más grande, mi carruaje el mejor. Cuando mi mujer y mis hijas iban a la iglesia la gente se volvía a mirar sus vestidos. Los hombres más poderosos de la Comarca me buscaban, y yo los hacía esperar de pie en el zaguán, y de adrede tardaba más en acabarme mi café.
Un día enfermé. Eso me sorprendió bastante: Siempre había creído que nada más los pobres enfermaban. Y ahora estoy aquí, en esta cripta lóbrega. Jamás alcanzo a ver un rayo de Sol, y no oigo nada, si no es el implacable roer de la carcoma.
Envidio las tumbas de los pobres: A ellas llegan las aves, el Sol, el tibio viento de la tarde, la voz de la campana de la iglesia y las risas de los niños que vienen de la escuela.
Yo no tengo nada de eso. ¡Qué injusta es la distribución de la riqueza!".
¡Hasta mañana!...