Llegaron sin aviso y me dijeron:
-Somos las viejas rencillas.
Traté de ser amable. Contesté:
-No son ustedes viejas.
Suspiró la mayor de ellas:
-Desde la primera vez que su usó la expresión "viejas rencillas" hemos envejecido mucho.
-Por favor no diga eso -insistí-. Podrán ustedes ser rencillas, pero viejas no son.
Declaró ella:
-Se ve que es usted un caballero. Por eso me atrevo a suplicarle que pida a sus lectores que ya no digan "viejas rencillas". En vez de esa expresión que nos lastima -recuerde que somos mujeres- podrían decir: "no tan viejas rencillas".
Le ofrecí cumplir su petición, y lo hago ahora en nombre de las no tan viejas rencillas.
¡Hasta mañana!...