¡Cómo quería a su mulita San Virila! Lo primero que hacía en la mañana, después de persignarse, era ir al establo a ver cómo había amanecido el animalito. Luego iba a la capilla al rezo de maitines, y daba gracias a Dios por la salud de la bestezuela.
Mansa y sumisa era la mula, al contrario de casi todas las de su familia. Se diría que copiaba las virtudes del buen fraile. Cuando Virila iba a montar en ella se agachaba para que el santo pudiera subir a su lomo sin dificultad. En el pueblo dejaba que los niños le tiraran de las orejas y la cola. Sólo piafaba, hosca, cuando pasaba a su lado el preboste de la aldea, hombre soberbio que despreciaba por su pobreza a San Virila.
Un día murió la mulita a causa de sus muchos años. San Virila se entristeció tanto que sus hermanos pensaron que iba a morir también. Pero bien pronto regresó a él la alegría del que cree en la vida eterna. Decía entonces: "Quiero irme al Cielo para ver a mi mulita. Y también, claro, para estar con el Señor".
¡Hasta mañana!...