Esta mañana disfruté la primera nuez del huerto.
Me adelanté a las ardillas y a los pájaros azules y gocé su sabor, todavía tierno.
Siento ahora un vago remordimiento de conciencia. Uno de los mandamientos de mi religión prescribe: "Dar diezmos y primicias a la iglesia de Dios". Y los pájaros y las ardillas son en el huerto la iglesia de Dios. A ellos pertenecía esa primicia, la de las primeras nueces. Les dejaré el diezmo, sin embargo: siempre digo a los vareadores que no recojan toda la cosecha que los nogales rindan; que dejen su parte a las criaturas de Dios con las cuales convivimos. Los pájaros azules nos corresponden con su algarabía; las ardillas con los traviesos ires y venires que tanto divierten a mis nietos.
Faltan algunos días aún para recibir el fruto que estos generosos árboles nos dan cada año. Camino junto a ellos y me parece ver en ellos el orgullo del buen obrero que ha consumado su obra. Y yo, que los cuidé a lo largo de los meses, creo oír -¿pequeña vanidad?- que ellos me dicen: "Tú también has trabajado con nosotros".
¡Hasta mañana!...