Hay en el cementerio de Ábrego una tumba. Si los hombres supieran escuchar lo que las tumbas dicen esto es lo que oirían:
"Fui la mujer más rica de este pueblo. La cama en que dormía era de latón, no de madera, como la de los demás. La hice traer de la ciudad a lomo de mula, y se volvió el objeto más precioso y preciado de mi casa. Mis amigas acudían a verla y no podían contener un ¡ah! de admiración. Después, cuando se iban, murmuraban: "¿Y para qué quiere esa cama? Vive sola".
Siempre viví sola, sí, porque con nadie quise compartir mis riquezas. No tuve marido ni hijos. Me tuve a mí misma. Pasó el tiempo, y la cama que me sirvió para dormir sola me sirvió también para morir sola. El ataúd en que me sepultaron no era de latón, como la cama. Era de madera, igual que la caja en que sepultan a todos los demás".
Así dice esa tumba del cementerio de Ábrego. Nos recuerda que ante la muerte el latón y la madera son iguales, lo mismo que el oro y el barro.
¡Hasta mañana!...
