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MIRADOR

ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

El viajero llega a Petra, ese deslumbramiento tallado en piedra de color de rosa.

Los habitantes del desierto que labraron la fantástica ciudad eran inmensamente ricos. Poseían una riqueza que nadie más tenía: la sombra. Mientras los beduinos no podían gozar más sombra en la inmensidad de las arenas que la que ellos mismos se procuraban en sus tiendas, quienes vivían en Petra tenían la sombra de las altas paredes que la naturaleza creó al abrir la montaña durante miles de millones de años.

El viajero aprende aquí que la verdadera riqueza -esa riqueza que no sabemos mirar, y menos aún agradecer- puede asumir formas que para nosotros son insólitas. En Petra la sombra que protegía de los rayos de un sol ardiente, inexorable, era tesoro valiosísimo.

Ahora, cuando el viajero goza la sombra de un árbol, o de un muro, exclama para sí con agradecimiento:

-¡Caray, qué rico soy!

¡Hasta mañana!...

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