En el México que nos tocó vivir, ya no se sabe qué es más escandaloso: un homicidio múltiple que cuenta entre sus víctimas a un fotorreportero y a una activista que vivían en el autoexilio por las amenazas del gobernador del estado con mayores atentados contra periodistas; la manera irresponsable en que las autoridades "investigan" el caso y difunden los "hallazgos", motivadas por acallar las críticas y no por encontrar la verdad; que para muchos resulte más indignante el puñetazo del entrenador de la selección de futbol a un comentarista, que un crimen en el que no sólo se privó de la vida a unas personas sino que se hizo de la manera más cruenta posible; o que algunos medios merquen con la atrocidad, cometiendo una peor, al difundir imágenes de los cuerpos vejados de las víctimas.
Cada una de esas expresiones de la triste sociedad que somos debería conducirnos a entender que los cambios necesarios en México son de una envergadura tal, que difícilmente pueden encararse desde los marcos legales e institucionales con les que actualmente cuenta el país, pues más que una solución, son parte fundamental del problema.
Ya deberíamos haber notado que las múltiples crisis (económica, política, social, moral, educativa, de credibilidad, etcétera) no son lo son técnicamente dado su carácter permanente y tampoco están aisladas sino que se vinculan entre sí de manera estrecha; y que, por tanto, tratar de resolver cada una sin atender las raíces profundas que las provocan es absurdo.
Los que tienen el poder para llevar a cabo grandes transformaciones, son beneficiarios directos del caos que vivimos, al menos hasta donde su muy estrecha visión les permite ver. Creen que porque se encuentran en la parte más elevada del barco, nunca se hundirán con él, por eso siguen perforando el casco.
En tales condiciones, no nos queda otra que salvarnos a nosotros mismos, pero eso no puede entenderse de manera individualista. No es un "sálvese quien pueda" porque ésa es precisamente la receta que nos condujo hasta este punto. Necesita surgir un México solidario consigo mismo y de manera urgente.
El problema está en que tal vez no nos hemos asustado lo suficiente como para reaccionar. Nos indignamos, sí. Pero, finalmente, no nos contamos entre los cinco que murieron salvajemente en la colonia Narvarte ni entre los 43 de Ayotzinapa; los 22 de Tlatlaya; los 22 mil desaparecidos…
Pero, sépanlo, aquí nadie estamos a salvo.