Vivimos a velocidades vertiginosas. Pasan tantas cosas en nuestra vida que ni tiempo tenemos para procesarlas o interpretarlas. Cuando estamos asimilando tal evento ocurren otros tan relevantes como el anterior y ocupan, con facilidad y de manera casi automática, el lugar de aquél.
Pero la vida no es plana. Hay acontecimientos que funcionan como símbolos, que no pueden ocupar la categoría de un simple hecho más. Llegan para quedarse. Sacuden nuestra vida, nos trastocan, dejan huella.
Así con Ayotzinapa. Al cumplirse siete meses del ataque de la Policía Municipal de Iguala contra estudiantes de la Escuela Normal Rural Isidro Burgos a lo largo y ancho del país, y en muchos otros lugares también, se encontraron personas para exigir justicia, celebrar la memoria, reafirmarse en pie de lucha, reivindicar el valor inconmensurable de la vida humana, el sentido de pertenencia a una colectividad mayor y más.
En esta tónica, el Campo Estratégico Fe y Cultura del Sistema de Universidades Jesuitas celebró la semana pasada, el miércoles 22, el Coloquio Alternativas Políticas para México "Justicia y Esperanza después de Ayotzinapa" desde Ibero Ciudad de México, con la presencia de Mons. Raúl Vera, O.P., obispo de la diócesis de Saltillo y el maestro Juan Luis Hernández, destacado académico de Ibero Puebla. La magia de la tecnología permitió conexión con las de las otras universidades del sistema y se pudo construir así, una fructífera comunidad de diálogo.
El encuentro discurrió por líneas que no por sabidas dejan de ser necesarias. De hecho es como un estribillo que no se termina de interpretar, pero la invitación a participar es casi un imperativo. No podemos permanecer como meros espectadores de la propia debacle. Ante la economía depredadora hay que hacer política, así en nuestra tierra local, así en México como país, así en América Latina, por ejemplo.
La política debe dejar de ser terreno exclusivo de los 'profesionales' que se han apropiado de ella. Se hacen ricos de la noche a la mañana o la usan para hacer una guerra contra las drogas, pagando, no de su cuenta, un número de muertos mucho más grande que el que hubieran causado las drogas mismas. No es receta, es imperativo: ante la política de la desesperanza hay que construir una política de la esperanza.
Las opciones no son simples, tampoco se trata de inventar nada. Una candidatura independiente parece caricatura, así nos la hace parecer el mismo sistema echando luz sobre artistas o payasos. Un estudiante de la Ibero Puebla lo intentó y claro, fue reprimido, aun así se sostuvo y así permanece. Hay a quien no le puede gustar esa opción, pero la alternativa permanece.
Sumarse a alguno de los organismos civiles es clarísimamente opción, en todo caso crear, junto a otros, las instancias que hagan falta. Dar la batalla por la defensa y el respeto a los derechos humanos, hacer posible eso de 'todos los derechos para todos', como dice el eslogan de la red mexicana de organismos de este rubro. Incorporarse a crear condiciones de hospitalidad para los migrantes en su tránsito a los centros del capital. Central es la tarea por cobijar a los defensores de los derechos humanos y a los comunicadores. En el país no hay condiciones para que en estas actividades estén libres de peligro.
Unirse para promover con quien ya lo está haciendo la creación de una nueva constitución, la actual está llena de baches y pegostes. Promover otra política de drogas y así por el estilo.
Si respiramos y nos serenamos, nuestra mirada puede encenderse. No sólo está lo que se puede hacer, sorprendidos estaríamos si fuéramos capaces de observar lo que de hecho ya se está haciendo.
Y la invitación. Los poderes con los que luchamos son formidables, la alternativa tiene que ser igual de fuerte y poderosa. Cuando cada uno se sienta identificado con las causas de la colectividad todo será mucho más sencillo. Cuando cada víctima, así sea de la más mínima agresión del poder, se sienta sujeto de cambio, se rebasará el horizonte de lo posible.
Hay que discutir, ese es el inicio. Así el tipo de pacto social necesario para estos tiempos va a surgir casi naturalmente. Lo que se vive en cada comunidad, se replica en el Estado. Hay que mantener la esperanza con memoria, generar una indignación que nos lleve por el camino de la respuesta.
El riesgo mayor está en olvidarnos, como sociedad, de la política y no operar la articulación necesaria para encaminar esa acción en defensa de la dignidad de la persona. La promoción de la justicia desde nuestra realidad concreta es proyecto y realización. Seguimos caminando, no nos resignamos.
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