A quienes nacimos hace 45 años o menos, la memoria no nos alcanza para recordar qué se siente vivir en un México que no se encuentra en crisis. Es probable que los primeros golpes a la economía no hayan tenido mayor impacto en el ritmo de vida de nuestras familias. Sin embargo, la recurrencia de las crisis que se siguieron terminó por devastar la cada vez más endeble situación financiera de nuestros hogares.
De acuerdo al Centro de Análisis Multidisciplinario de la UNAM, en 25 años, entre 1987 y 2012, el poder adquisitivo retrocedió 76 %. Con un crecimiento del PIB tan mediocre como el que se ha tenido bajo el mandato de Enrique Peña Nieto, difícilmente se puede revertir tal situación. Pero, el problema es más profundo.
Tal vez no recuerde qué se siente vivir en un México sin crisis, pero tengo muy presente en mi memoria que se nos enseñó a ver la inflación como al enemigo público número uno. Si se lograba reducir ese mal a menos de un dígito - se decía con insistencia - nuestro país y la economía de sus familias estarían salvadas. No fue así. Con excepción de las finanzas de los altos funcionarios públicos y de los líderes partidistas y sindicales, la situación de los mexicanos ha ido sistemáticamente de mal a peor.
La razón es el camino que se siguió para reducir la inflación: Se combatió el aumento desmedido en los precios, pero no incrementando la cantidad de productos disponibles sino disminuyendo el poder de compra de la ciudadanía. Si hoy con nuestros salarios podemos adquirir sólo la cuarta parte de lo que comprábamos a finales de la década de 1980, se debe a que las autoridades mexicanas decidieron empobrecer a la población para controlar de manera artificial la inflación que desde hace muchos años es de sólo un dígito. Gran triunfo para la macroeconomía a costa de la profunda derrota de la mayoría de las familias del país.
El mercado interno está destrozado. Y también lo está el sistema productivo que, ante la imposibilidad de incrementar sus precios, se ha colapsado. El hecho de que sólo diez empresas, la mayoría de origen extranjero, dominen aplastantemente el mercado mexicano de productos alimenticios y del hogar, no es para festejarse. Las pocas ganancias que permite la política restrictiva de la inflación va a parar a unas cuantas manos, las de aquellos cuantos que aparecen en las listas de Forbes y sus socios de las grandes compañías multinacionales.
El resto -como los pequeños productores lecheros del país, que de plano tienen que tirar a las cloacas sus productos ante su imposibilidad para competir contra la leche en polvo importada- no tiene de otra que intentar subsistir en la pobreza a la que sistemáticamente es arrastrada.
Ante la nueva crisis que se avecina por la caída en los precios del petróleo y el recorte del gasto público nos pedirán, una vez más, nos apretemos el cinturón. Lo haríamos… si lo tuviéramos.