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Nuestra máxima aspiración

Contexto Lagunero

Juan Manuel González

Hay personas que cuando se cruzan en nuestro camino, de inmediato sentimos que irradian luz, son incandescentes. Las podemos encontrar en cualquier lugar, por lo común, en donde menos las esperamos. Las percibimos profundamente buenas, son buenos para escuchar y nos hacen sentir felices y valorados. Las vemos cuando están con otras personas y se ven felices y llenas de gratitud. Podemos ver a esas personas y aunque nosotros tengamos un buen nivel de satisfacción y logros profesionales, nos damos cuenta que no hemos logrado el nivel de generosidad de espíritu y la profundidad de carácter que ellas tienen.

David Brooks, columnista del diario New York Times y autor del libro "The Road of Character" (El Camino del Carácter), dice que hay dos clases de virtudes: Las virtudes que nosotros mismos enlistamos en nuestros currículos y las virtudes que se mencionan en alabanza de una persona y que por lo general se mencionan en su funeral. Las virtudes del currículo son las habilidades, conocimientos y destrezas que una persona tiene para ofrecer en el mercado del trabajo. Las virtudes de alabanza como valiente, honesta, llena de fe, congruente, positiva, vigorosa, optimista, alegre, etc. Son más importantes que las de currículo.

Sin embargo, la cultura y educación occidental dedican más tiempo a desarrollar las virtudes de currículo de los individuos que aquel que le dedican a desarrollar y fomentar las virtudes de alabanza. Muchas personas saben cómo desarrollar una carrera profesional, pero ignoran como construir su propio carácter, los años pasan y no sabemos cómo aprovechar nuestro yo interno el cual mantenemos sin explorarlo y sin darle una fuerte estructura. Nuestra moral es débily es muy fácil que caigamos en la mediocridad, llegamos a vivir la vida con una tolerancia al conformismo.

Si las personas a nuestro alrededor más o menos nos aceptan como somos, con eso nos basta para sentirnos a gusto; gradualmente se abre una gran brecha entre lo que actualmente somos y lo que nos gustaría ser, una brecha entre nosotros y esa clase de personas incandescentes a las que menciono al principio de este artículo.

David Brooks descubrió hace varios años cómo es que las personas se convierten en personas incandescentes, descubrió que no nacen siendo así, se hacen durante su desarrollo y logran virtudes internas que construyen lentamente basadas en logros morales y espirituales. Esas virtudes son las siguientes:

La tendencia a la humildad. Vivimos en la era del ego, la mediocridad nos mueve a promovernos sólo a nosotros mismos, no profundizamos honestamente en nuestras debilidades. Las personas incandescentes han identificado sus debilidades- egoísmo, necesidad de aprobación, cobardía, etc.- y las superan logrando con ello un profundo sentimiento de humildad.

Autoderrotas. El éxito externo se logra compitiendo y ganándole a los demás. En cambio, el carácter se construye en una constante confrontación consigo mismo lo cual lleva a las personas incandescentes a desarrollar un temperamento maduro volviéndose fuertes en el control de sus propias debilidades.

La dependencia de algo externo. No basta la fuerza de voluntad para desarrollar el carácter, ninguna persona logra el dominio de sí misma de manera autónoma, sola; para ganarle a nuestras debilidades se requiere ayuda redentora de otras personas. El carácter depende de que tan buenas raíces construimos, depende también de desarrollar redes personales de colaboración que nos ayuden en tiempos de fuertes retos y que nos empujen hacia arriba cuando sentimos que estamos cayendo.

Amor energizante. El tipo de amor que nos recuerda que nuestra verdadera riqueza está en los demás, este amor electrifica, nos coloca en un estado de necesidad de servir a quienes amamos y a amar a quienes servimos.

La llamada en nuestro camino. Todos nos dedicamos a algo por muchas razones: Dinero, estatus, seguridad. Pero este tipo de personas incandescentes han encontrado su propio llamado en lo que hacen y con ello también encuentran la inspiración para vivir en eso que hacen, un estándar de excelencia en cada uno de sus actos.

El salto a la conciencia. La mayoría de las personas experimentan un momento en el que todos los símbolos de estatus dejan de ser valiosos, el prestigio de haber estudiado en cierta universidad, o haber nacido en cierto tipo de familia. Su conciencia da un salto más allá de la lógica utilitaria y con ello rompen la barrera de sus propios temores.

Con mucha frecuencia a las personas se les recomienda que sigan lo que les entusiasma, sus más profundas pasiones, esta visión de la vida inicia con el ego y termina también con el ego. Las personas con luz interior no se preguntan qué quieren de la vida, sino qué es lo que la vida les pide, para embonar su talento intrínseco hacia la solución de las más profundas necesidades de la sociedad.

Para las personas incandescentes, eventualmente, en los momentos de júbilo y regocijo, las ambiciones profesionales se ponen en pausa, el ego se va a descansar y se inundan de un sentimiento de gratitud ilimitado, aceptando el hecho de que la vida los ha tratado mucho mejor de lo que merecen. Ser como este tipo de personas, debería ser nuestra máxima aspiración.

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