CAPÍTULO COAHUILA DE LA ASOCIACIÓN PSIQUIÁTRICA MEXICANA
LA ADOLESCENCIA EN EL SIGLO XXI
(NOVENA PARTE)
La llegada de la pubertad viene a marcar entonces, no sólo una nueva e importante etapa en la maduración biológica del ser humano, sino que alcanza a definir asimismo su diferenciación sexual ya sea como varón o como hembra. Esa "pequeña diferencia" original de la que se hablaba anteriormente durante la infancia, evoluciona inicialmente en ese asombroso proceso embriológico que se da dentro del útero para la formación del bebé y sus primeros pasos anatómicos y fisiológicos en tal dirección, hasta alcanzar su maduración y conformación final durante la etapa de la pubertad para aparecer como órganos y estructuras internas y externas perfectamente bien definidas tanto en las chicas como en los chicos. Tales estructuras les darán precisamente ese sello biológico inequívoco que les define su identidad sexual, y lo que significa entonces ser un macho o ser una hembra dentro de la especie animal. La próstata, la uretra, las vesículas seminales, el epidídimo, los testículos y los canales deferentes como órganos genitales internos, y el escroto y el pene como estructuras reproductoras externas en el hombre, representan la base de esa identidad y masculinidad biológica que le caracteriza y le permite funcionar como tal. A su vez y en contraste: el útero, los ovarios, las trompas de Falopio y el tercio superior de la vagina representan por su parte, los órganos reproductivos internos femeninos que respectivamente se conectan entre sí en el interior del abdomen, para desembocar en la vagina y la vulva conformada por los labios menores y mayores, y donde reside además el clítoris como una zona de sensibilidad especial en el proceso de satisfacción sexual en las mujeres; órganos que a su vez representan los genitales externos en ellas, e igualmente vienen a conformar la base de su identidad y feminidad biológica, al igual que su funcionamiento. Se podría decir entonces, que la maduración de estos órganos fundamentales marcan la llegada de este período en el ciclo vital, que desde la antigüedad ha sido denominado como pubertad, y determinan el hecho de que tanto las chicas como los chicos se encuentren preparados biológicamente como mujeres y como hombres para unirse y llevar a cabo el acto de la reproducción. Gracias a ello, en ambos individuos, se ha echado a andar un proceso de secreción hormonal, que en el hombre estimula la producción de los espermatozoides dentro de los testículos, mientras que en los ovarios de la mujer se inicia la producción de los óvulos, que a su vez pueden ser fecundados y madurados de tal forma que una vez más, se inicie ese proceso evolutivo ya mencionado, de la unión cromosómica del espermatozoide con el óvulo para la formación de un producto femenino o masculino, y así regresar nuevamente al interminable ciclo de la vida. Y sin embargo, a pesar de esa nueva conformación física específica que les da la pubertad: ondulada y voluptuosa en la mujer, o musculosa y arquitectónica en el hombre, como nuevos ropajes que los hace aparecer más atractivos, maduros y preparados para la reproducción y el inicio de su funcionamiento en los nuevos roles como madres y como padres, tal imagen no es del todo cierta. No obstante, hay que tomar en cuenta que aunque es cierto que la pubertad marca definitivamente las características necesarias para la maduración biológica de ambos chicas y chicos, la realidad es que de ninguna manera, este fenómeno significa que psicológica ni socioculturalmente, ellos se encuentren del todo preparados para asumir la complejidad de sus roles como hombres y mujeres. Eso que significa en nuestro Siglo XXI, la incierta e inespecífica identidad de ambos, hombres y mujeres, con los roles y las funciones genéricas que se esperan de ellos o se les adjudican en el variado contexto cultural de cada sociedad, aún a pesar de formar parte de ese tan extenso y complicado mundo supuestamente globalizado al que pertenecemos (continuará).