¿En qué momento se pierde la perspectiva que nos permite notar que la cifra que nos están pagando - o que nos estamos gastando - es ofensiva para los demás? ¿Existe realmente ese punto de vista del que reclamo su ausencia? Puesto en palabras más sencillas, ¿cómo es posible que un ministro de la Suprema Corte de Justicia no se dé cuenta que recibir de aguinaldo de 586 mil pesos representa una grosería para los muchos millones de mexicanos que jamás verán en toda su vida una cantidad así?
Me queda claro que los ministros, funcionarios públicos de alto nivel, secretarios de estado, gobernadores y demás, están absolutamente convencidos de merecer todo cuanto reciben, incluso si proviene de actos claros de corrupción. No tengo la menor duda que pensarán para sí mismos en lo mucho que les costó llegar a ese lugar privilegiado que les permite robar impunemente las arcas de la nación y que, además, encontrarán las justificaciones necesarias para dormir con la tranquilidad de conciencia que sólo tienen aquellos que viven convencidos de su magnánima bondad.
Lo que no puedo comprender es su capacidad para hacer oídos sordos de las críticas, quejas y lamentaciones de la ciudadanía. Y más sorprendente todavía, su habilidad para enajenarse de la realidad y evadir toda responsabilidad sobre la misma. Para ellos, la pobreza, la injusticia, el fracaso educativo, la falta de salud, de seguridad y todos esos males son culpa de quienes somos afectados por esos problemas. Nos observan como victimarios y no como víctimas. Por eso, no les importa ofendernos con sus cifras. Nos merecemos el insulto.
Pero, ¿de qué nos piensan culpables esos que se hinchan los bolsillos con el dinero de la nación? De no haber tenido la sagacidad, la astucia y la visión que ellos sí tienen. De no participar activamente de la politiquería. No habernos afiliado a sus partidos y no luchar aguantando las humillaciones y los tragos amargos que suelen tener que beber aquellos que intentan escalar en la jerarquía partidista. Si no nos manchamos las manos como ellos lo hacen, no merecemos vivir como reyes.
Lo que se revela es una transvaloración que lleva a la justicia y al mérito a soportar cuestiones que, en otros escenarios, hubieran sido motivo de desprecio. Pero en nuestro México, el del Siglo XXI, lo que importa no es el bien que hagas, sino los bienes de los que te llenes. Entre menos tengamos, más grande es la ofensa que merecemos.