Como diría mi hijo, "quisiera haber borrado ese sector de mi disco duro", pero, lo cierto es que recuerdo con gran claridad la nefasta publicidad engañosa del detergente Ariel, que allá en los años setenta y ochenta del siglo pasado, mostraban cómo echando un poco de su polvo a una cubeta con agua, ocurría una trasformación mágica que hacía que el recipiente funcionara como una lavadora automática: Hacía "chaca-chaca". Lo cierto es que no faltaba el incauto comprador que se comiera el cuentito y que adquiriera el citado jabón con la esperanza de dejar su ropa más limpia con menos esfuerzo. Fraude total.
El punto es que así me siento nuevamente, harto, con el bombardeo de propaganda política del que estamos siendo objeto en los últimos días. ¡Y lo que nos espera! Toda esa andanada de promesas huecas y mensajes carentes de sentido que, por si fuera poco, nos cuestan un dineral a los ciudadanos. Sí, a los ciudadanos porque todo uso de recursos públicos, tangibles o intangibles, es con cargo a nuestra calidad de vida. ¿Y todo para qué?
No se necesita ser adivino para predecir que el gran ganador de los comicios intermedios de este año será el abstencionismo. Para no ir tan lejos, se sabe que más de un millón de electores ni siquiera fueron a renovar su credencial. Es decir que ni para identificación quieren el documento, menos aún, para ejercer su derecho a votar. Y quién los puede culpar ante lo que nos ofrecen los partidos políticos, que, aclaro, no me parecen todos iguales, como tampoco todos los desechos orgánicos me resultan igual de repugnantes.
Pero no se trata únicamente de que el derroche de recursos públicos que se da con la propaganda electoral, no sólo en medios electrónicos, pero especialmente en éstos, no logra atraer a los votantes, sino que tampoco sirven para que los miembros de los partidos, candidatos incluidos, aprovechen para realmente construir propuestas importantes, que escapen de los lugares comunes de siempre. Salvo muy honrosas excepciones, los partidos desperdician la ocasión para comunicarse con la ciudadanía. Ello se debe, en gran medida, a que eso simplemente no les importa. Al electorado lo ven como un cliente que hay que manipular para que compre. De ahí lo absurdo de sus mensajes.
Por lo menos, hasta ahora, no me ha tocado escuchar sus "simpáticas" versiones de canciones pegajosas, que usadas como Jingle publicitario, ocasiona me salga sarpullido por las orejas. Pero ya los escucharemos, que no nos quepa la menor duda de que nuestros impuestos están trabajando firmemente para que los "creativos" que sirven a los partidos y sus candidatos, hagan su gracejada habitual de descomponer una rola ya de por sí choteada.
Entiendo y hasta observo con cierta envidia - por el tipo de felicidad borreguil necesariamente vinculada a la credulidad - a quienes confían en que "muy pronto van a disfrutar más sus vidas"; o que les "cambiarán el rumbo con nuevas ideas"; o que otros "van a ser su voz"; o que el de allá "sí cumple"; o que fulano es "el partido que México necesita"; o bien, que pese a estar sumado alegremente al saqueo de las arcas, ése es "orgullosamente de izquierda". Sin embargo, para mí, todas esas cantaletas me suenan igual al "hace chaca-chaca" de Ariel. Y tal vez el dichoso detergente sí funcione…