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Pasar la página

JESÚS SILVA-HERZOG MÁRQUEZ

El gobierno quiere pasar la página. Colocar la tragedia y el escándalo en el pasado y regresar a su cuento. Ya se ha llorado suficiente, ya se han desahogado los críticos; a trabajar. La procuraduría da su versión final de la tragedia de Iguala y concluye la investigación. El punto final ha quedado impreso en el expediente. Faltarán algunas detenciones, pero la historia está clara. El gobierno ha pronunciado "la verdad histórica". Así lo dice el Procurador. Un informe basado en dichos que autoinculpan se presenta como resultado de la Ciencia. Curiosa idea de la verdad y de la historia: realidad incontrovertible, memoria clausurada en un solo relato, proscripción de discrepancias. Descreer de los resultados de la investigación gubernamental sería sólo una terquedad de la amargura o quizá, el pretexto de los desestabilizadores para perpetuar su amenaza.

El presidente suscribió la política de punto final. No hay nada más que hablar. Tras una investigación impecable, hay que cambiar de tema y ponernos a trabajar. La tragedia no puede atraparnos, dijo. No podemos quedarnos detenidos en el dolor. No tenemos derecho a estancarnos. El duelo debe dar paso, sugería el presidente, al optimismo. Ése es el brinco al que nos convoca: pasemos patrióticamente del luto a la confianza en nuestro destino. En la retórica presidencial, Iguala se inserta como una penosa distracción. Concluida la pesquisa criminal, hay que retomar el camino con la confianza de que es el correcto y que, en el largo trayecto de la historia, la muerte de unos estudiantes termina siendo una anécdota olvidable.

Lo mismo puede decirse de los escándalos de corrupción que han retratado la idea que, de lo público, tienen el presidente y su equipo más cercano. Ya han dicho y reiterado que no consideran impropio pactar beneficios privados con contratistas del gobierno. De muchas maneras han dicho que les parece normal sacar provecho personal de quien hace obra pública. Les resulta inobjetable que sus negocios privados y las concesiones de obra pública se enreden. Por ello apelan también al punto final. Ya dimos entrevistas, hicimos públicos unos cuantos papeles, dejen de estar fastidiando con trivialidades.

Se entiende que el gobierno quiera retomar la iniciativa que perdió desde fines del año pasado. Es comprensible que la conversación de las casas y los desaparecidos les incomode, pero no hay manera de darle vuelta a la página si no somos capaces de encarar las condiciones que han hecho posible la atrocidad y el abuso. No es la memoria la que nos detiene, sino el olvido. La parálisis de México no proviene de una indignación terca. Lo contrario: le damos cuerda a la barbarie cada vez que cerramos el expediente antes de tiempo. Barrer los agravios bajo la alfombra, dejar de hablar de los problemas para que no nos paralicen es la receta para que regresen con mayor dureza, mayor crueldad. La larga historia de tragedias de la última década es una lista de expedientes sellados antes de tiempo, pistas sueltas, investigaciones inconclusas.

La investigación de la Procuraduría puede ser verosímil. Puede, incluso, servir para lo que está diseñada concretamente: persuadir a la instancia judicial y condenar a quienes se señala como culpables de los delitos. No puede ser, sin embargo, la última palabra. Pensar que el Estado ha cerrado el caso con el informe de la Procuraduría es casi una invitación a que la salvajada se repita. La investigación del ministerio público es, inevitablemente, restrictiva, limitada. La narración policiaca no tiene más remedio que aislar los hechos para señalar delito y delincuente. No busca entender, pretende condenar. No es capaz, por lo tanto, de explorar las condiciones económicas, sociales, políticas que permitieron esos hechos. Hay que rechazar la invitación al olvido. Para salir del atasco en el que estamos hay que esforzarse por comprender. Si seguimos a oscuras, si aceptamos que apaguen la luz, las tragedias seguirán asolándonos.

Contra el olvido y el rumor, hay que esforzarnos por entender. El delito es la expresión final de una descompostura fundamental. ¿No deberíamos esforzarnos por comprender su origen? Necesitamos un diagnóstico del ecosistema del horror que hemos creado. El lenguaje de los criminalistas de poco sirve para comprender cómo fue que el delito sometió la política. Se equivoca el presidente: lo que nos ha paralizado es el silencio, la oscuridad, el olvido.

http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/

Twitter: @jshm00

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