Al enfrentarnos a las realidades negativas que se expresan en la cultura de muerte, a la monstruosa hidra de mil pantallas que son los medios de comunicación, a la poderosa maquinara del control económico y de la corrupción política, no es raro que decaiga nuestro ánimo al constatar nuestra pequeñez. Arrastrados también nosotros a un mundo de competencia pensamos en la reivindicación. ¡Ahora viene la nuestra! Queremos entrar bajo las mismas reglas, pero finalmente descubrimos que llevan ventaja. Es como quien quiere hacer una carrera de cien metros contra otro, pero el competidor está mejor entrenado, mejor alimentado y empieza con 50 metros de ventaja. El colmo es que nos quieren hacer creer que podemos vencer en sus términos y que finalmente al no poder ganar nos culpamos a nosotros mismos. Estamos convencidos de que faltó algo en nosotros, que la deficiencia es nuestra y no del sistema; del "juego del hambre". En este hándicap es necesario descubrir que la llevamos de perder. Que lo que hace falta es cambiar las reglas del juego y detener la fuerza y capacidad de invasión de la cultura de muerte. Nuestra confianza, sin embargo, no puede disminuir, porque: ¡Vencerá la vida¡ "La vida vencerá, ésta es para nosotros una esperanza segura, Sí, vencerá la vida, porque de parte de la vida están la verdad, el bien, la alegría, el verdadero progreso. De parte de la vida está Dios, que ama la vida y la da con generosidad" (Juan Pablo II, 3 de Marzo de 2001).
Hay una exigencia ineludible de participación por parte de todos. La Diócesis de Gómez Palacio está proponiendo un amplio programa que incumbe a toda la comunidad. Al cumplir 6 años el próximo 17 de febrero hace un llamado al entero pueblo de la vida: Los responsables de la educación, los profesionistas y legisladores, etc. Nada falta para que este llamado sea escuchado con operatividad, proponer y actuar con sentido amplio, con invitaciones explícitas y ancladas en el sentido de vida "nueva" y "eterna" donde encuentran pleno significado todos los aspectos y momentos de la vida del hombre. Se trata de una acción completa, que llega al destinatario en todos los momentos y aspectos de su vida, especialmente en los más amenazados y olvidados. Los acentos indivisibles son el amor de Dios por el hombre, la buena noticia de la dignidad de toda persona y de la vida. Está en puerta una acción global y dinámica que compromete a todos y conlleva la alegre noticia de nuestra dignidad que celebramos y compartimos. Exige la cooperación de todos los miembros de la comunidad, cada uno según sus propias cualidades y servicios. Es el descubrimiento de nuestro ser-para-los-demás, atractivo y al mismo tiempo antagónico con la tendencia generalizada del individualismo a la que pone en entredicho.
Somos el pueblo de la vida y para la vida y nos presentamos así ante todos. Acción concertada y generosa de todos los miembros y de todas las estructuras de la comunidad. Pero no orgullosa o poderosa, sino servidora, cercana, accesible con las diversas iniciativas de apoyo y promoción de la justicia que remedia las desigualdades; constructora de paz que reconcilia, sana y une; buscadora de la verdad que desenmascara engaños, da sentido al vivir y rumbo al caminar porque descubre nuestro ser en plenitud; de vida que florece, renueva, renace, trasciende; de gracia que participa de realidades divinas y de amor verdadero, como razón de actuar en bien del otro simplemente porque sí.
No será fácil descubrir el poder destructor de la cultura de la muerte, hedonista, individualista, que logra involucrar a las mayorías y conquista sus consensos, encaminando hacia la negación y supresión de la vida. No se intenta competir, sino formar coherente y progresivamente al interno de la misma comunidad eclesial que educa a sus miembros integralmente y toque todas las fases de la formación y maduración. Con catequesis profunda, clara y convincente, que tenga una adecuada antropología. Implicará actitudes, acciones, costumbres y hábitos nuevos. Inercias a vencer. Tendencias internas y externas que necesitarán ser cambiadas.
Pero no queda otro camino; la crisis social que vivimos ha despertado nuestras conciencias y hemos descubierto que somos causantes, culpables y podemos ser también la solución. La trascendencia, por ejemplo, de un voto o de una abstención, ha derramado sangre que mancha nuestras manos y nos invita a reflexionar con responsabilidad las próximas elecciones y en general la necesidad de acción social y política en favor de un país menos corrupto. Las diversas maneras de corrupción en las que se participa "inocentemente" y "como jugando", se convierten en grandes fraudes que traen grandes daños a otros o a nosotros mismos: Falta de trabajo, servicios deficientes y obras de mala calidad traen desgracias como la explosión de gas en un hospital que causa gran sufrimiento a personas. Ayotzinapa nos ha hecho concientes de hasta dónde puede llegar la corrupción y el sufrimiento y al mismo tiempo la capacidad de convocatoria que puede tener un puñado de víctimas para mover en verdad a México y realizar los cambios necesarios para el país. Hemos descubierto el poder de la gente; de nosotros.
Una Iglesia que está despertando y que desde arriba está dando cambios (Papa Francisco), no puede quedarse indiferente en esta parte del mundo que es la Comarca Lagunera, tan golpeado por la muerte, la corrupción, la injustica, la impunidad y el despilfarro, pero también tan falta de participación social y acción política. Una Iglesia que retome su papel transformador es una necesidad coyuntural que compromete a todos sus miembros, exige una acción coordinada e involucra todos los aspectos de la vida humana (el social, el político, el económico, el educativo, etc.) sin quedarse en lo puramente individual. En conclusión: una Iglesia capaz de regresar la esperanza a los desesperanzados.
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