La libertad y la responsabilidad son valores fundamentales no sólo para el individuo, sino también para todas las dimensiones de la vida social. La comunidad política debe estructurarse, a fin de favorecer esas cualidades.
Una sociedad participativa tiene que ver con responsabilidad, conciencia y libertad relacionadas entre sí. Los derechos y la participación activa son interdependientes. El despertar de la sociedad del que se está hablando últimamente en México también se está manifestando en la región Lagunera con el surgimiento y fortalecimiento de instancias de todo tipo y en todos los niveles, aunque aún queda mucho por hacer para elevar el nivel cultural, el sentido de libertad y la conciencia de que, ante un futuro incierto, las decisiones de hoy condicionan la vida del mañana. En la aparente democracia dentro de una sociedad totalitaria las necesidades están manipuladas por los intereses creados y por los centros de poder, que utilizan a los demás como meros instrumentos, contradiciendo la dignidad humana y la finalidad de la autoridad pública. Es por ello que aparte de estructuras adecuadas, la democracia necesita, sobre todo, ciudadanos maduros para decidir y discernir con una conciencia madura.
Pero la democracia no es automática. Hay que mejorarla y renovarla constantemente a través del desarrollo integral y esfuerzos conjuntos, para que el ciudadano pueda hacer la difícil síntesis entre crítica que abre nuevos horizontes para el cambio y, por otra parte, la disposición a colaborar lealmente con el poder legislativo y el gobierno. Un ciudadano maduro jamás traicionará su conciencia, pero estará dispuesto a trabajar dentro de estructuras imperfectas para lograr otras mejores. Pero no puede aceptar dos extremos que, sin embargo, se están dando entre nosotros en una conjunción extraña: Libertad que raya en anarquía y autoritarismo que contradice la participación social y la democracia misma. Esto se da porque no tenemos un consenso fuerte en los valores y objetivos democráticos básicos. Los criterios que guían a un ciudadano a la hora de ejercitar su obligación de elegir, los que utiliza para elegir candidatos, los criterios que lo mueven para apoyar o criticar sus programas o resultados, son un test de la calidad de su conciencia y madurez política.
¿Pero cómo se logra esa madurez política? Con una educación política adecuada. Sin embargo, en México las carencias en este rubro son parte de la emergencia educativa. Es urgente que se ayude a la población a que redescubra su capacidad de participación, de representación y de compromiso ciudadano. Una nueva ciudadanía es posible cuando existe formación constante en las responsabilidades cívicas que todos tenemos sin excepción. El centralismo educativo no ha impulsado la formación de un pueblo libre, creativo, protagonista y comprometido con el cambio de sus circunstancias más allá de intereses de poder. La educación, sin embargo, toca a varias instancias de la sociedad: La familia, la educación formal en las escuelas y universidades, la religión, los medios de comunicación, los partidos políticos y las instancias gubernamentales en general y los órganos electorales. Pero estas instancias no se han puesto de acuerdo y no existe un proyecto educativo común del ciudadano que debemos formar para el México de hoy. Hay proyectos antagónicos, otros no tienen ningún proyecto formativo o incluso se promueve la ignorancia y el error. Urge un modelo educativo común.
¿Cuáles características deberá tener este proyecto educativo? Una educación para la democracia que habilite para el juicio crítico, la participación responsable y las grandes virtudes democráticas que constituyen la indispensable levadura que garantice las estructuras jurídico-formales de la democracia. Esta educación no se debe reducir a la instrucción cívica (estructuras, instituciones y ordenamientos jurídicos), pues "lo político" sobreentiende una acepción más amplia y distinta: Presencia racional y responsable de la historia, como técnica y acción moral para la creación de un futuro más humano del mundo y, en particular, de una "polis" hecha efectivamente a la medida del hombre (de todo el hombre y de todos los hombres). No se reduce al ámbito nacionalista; se hace socializadora y formadora de comunidad, dentro de la confrontación crítica, libre y liberadora; amplia y responsablemente "participada" a todos los niveles. En esta perspectiva todas las disciplinas pueden contribuir con aportaciones diferentes, pero complementarias, a la profundización cultural y crítica de la dimensión política. Motivar al desarrollo mental, a la elección de opciones, al compromiso político, en clave de formación y promoción de la persona humana, no reducirla a un militante integrado y comprometido con un sistema.
Estamos aún lejos de una educación política satisfactoria; parece que las estructuras existentes no están dispuestas a acoger instancias críticas. Se prefiere lo "neutro-insípido-aséptico" de nociones apolíticas y fuera de toda confrontación, contradicción o tensión. Los mensajes del instituto electoral y de la promoción de la democracia del gobierno se quedan en este limitado nivel; el control de los medios de comunicación está visiblemente manipulado (salvo algún medio local comprometido con la formación en la crítica, la transparencia y la participación). La educación formal podría enseñar con el ejemplo, pero su activismo político está desacreditado, y pierde imparcialidad al tener un partido que se identifica con el gremio. Los partidos políticos tampoco se han preocupado por la formación política de la población y de los afiliados cuando ésta debería de ser una de sus principales funciones.
La formación integral incluye también el aspecto espiritual, pero hasta ahora la formación religiosa no había tenido una repercusión en el aspecto social encerrada en una moral individualista. Sin embargo, el plan de la diócesis de Gómez Palacio que está por implementarse, está contemplando estos aspectos y ya hay instancias pastorales que se están proyectando seriamente en este sentido cambiando modelos tradicionales. ¿Cuál será la postura del nuevo obispo que vendrá a la diócesis? Eso está por verse aún, pero de cualquier forma las líneas están ya dadas en la planeación prospectiva iniciada, y ayudarán a formar cristianos interesados por las cuestiones sociales y la participación política como parte del compromiso de amor. Pastoral social-Cáritas y Pastoral de la vida han ya comenzado en esta dirección. La formación catequética y sacramental deberá incluir también este aspecto.
La educación política no puede ser neutra respecto de un sistema de valores. La ética sana debe ser parte de esta educación. Toda persona debería ser plenamente consciente de que la indiferencia e ignorancia política son nada menos que traicionar a nuestros semejantes que necesitan nuestras decisiones bien informadas y nuestra participación, al igual que nosotros necesitamos su expresión política de solidaridad.
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