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PIÉNSALE, PIÉNSALE

Primavera

ARTURO MACÍAS PEDROZA

¡Llegó la Primavera! Imposible no notarlo con esa manera maravillosa que tiene la naturaleza de hacerse publicidad; con esa explosión de luz, color, sonido y olor que cualquiera diría que va a entrar en campaña electoral.

Su anuncio de vida y de renovación; de cambio y de transformación, siempre ha sido un signo de esperanza para la humanidad. En todas las latitudes y épocas, la renovación de la primavera ha marcado también el espíritu humano. El frío invierno y las noches largas, símbolos de muerte, ceden paso a la luz y calor que, como un inmenso capullo de mariposa transforma su esencia y brota, como si fuera una flor la esperanza y la vida. Es por eso que la Pascua Judía y después la cristiana celebran su "renacer" en la primera luna llena de Primavera que, en este año será el sábado 4 de abril. La Semana Santa no celebra la muerte, sino el triunfo sobre ella. La nueva creación. La restauración de la humanidad a su prístina belleza.

El despertar a la vida de esta Primavera retoma para nuestro querido país y en particular para nuestra región Lagunera una urgencia especial. La crisis que estamos viviendo, propiciadas por una cultura de la muerte, ha matado muchas esperanzas, el recrudecimiento inacabable de los cánceres sociales como la corrupción, las promesas incumplidas, la impunidad cínica y creciente, la falta de participación social, la crisis económica, la violencia siempre más cruel, tienen al país escuchando doblar las campanas. Es por eso que la esperanza de renovación es imperiosa y no se conforma con maquillajes y vestidos de seda de la misma mona. El cambio de época está exigiendo transformaciones que la clase en el poder no se resigna a realizar; las reformas estructurales están dejando mucho que desear y los efectos prometidos aún no se han dejado sentir.

En medio de esta dantesca situación, la vida nueva que anuncia la Primavera no se reduce a un desfile de Jardín de niños (que ya de por sí está lleno de fuerza renovadora), sino que tiene que concretarse en verdaderas transformaciones personales, sociales, políticas y religiosas. Dar nueva vida requiere de un parto doloroso: requiere que la transición hacia la humanización rompa con esquemas caducos. La constante renovación es parte de todo ser vivo, pero la vida humana asume un empeño personal y voluntario. Es por eso que la primavera humana no es sólo el instante en que la Tierra se encuentra en determinada posición en su órbita alrededor del Sol, con todas las consecuencias que trae al resurgir de la vida biológica. Para el ser humano vivir significa una opción, y renacer una decisión. Aún en la perspectiva religiosa de resurrección y de gracia divina, la decisión moral de re-vivir es un imperativo que implica tomar cada quien su responsabilidad para hacer posible ese cambio. No asumir esta exigencia conscientemente, o esperar que venga independientemente de mi esfuerzo, es renunciar a vivir esa novedad. Es permanecer en la muerte, por más que la naturaleza explote en vitalidad. En la medida en que nos dejemos guiar por el amor que nos identifica con el autor de la vida, entonces nuestro vivir retomará perspectivas transcendentes.

Esta explosión de vida primaveral, no se reduce, aunque es imprescindible, a la vida biológica, sino a una vida humana, cargada de plenitud de ser, que influye en cualquier acción por realizar. Vida de persona, vida basada en la naturaleza antropológica, con búsqueda constante de crecimiento en la libertad, con siempre mejor uso de la inteligencia y la voluntad, con siempre más capacidad de crear y transformar, basándose no en instintos ciegos propios de un nivel de vida inferior al humano.

El destino lo hacemos nosotros. No podemos ceder esa responsabilidad a otros. Una persona sencilla, al escuchar en la radio que la primavera en el hemisferio norte había empezado ese día viernes 20 a las 16:45 horas, y no el 21 como tradicionalmente se celebra, comentó indignado: "estos políticos flojos adelantaron la primavera para irse de puente". Como si la primavera fuere un sujeto de decreto presidencial. La primavera lagunera, la de cada uno de nosotros, tampoco puede dejarse en manos ajenas. No podemos culpar de todo al gobierno. El cambio necesario incluye las acciones que a cada uno le corresponden, sin limitarse sólo a un aspecto, puesto que cada individuo tiene diversas áreas de influencia (la participación social y política, la acción profesional y educativa, la vida familiar, etc.) La primavera del mundo es hoy si tomamos conciencia de nuestro papel que fielmente debemos desempeñar.

Unos signos de renovación concreta que espera nuestra participación consciente y eficaz, son las próximas elecciones intermedias, que ante la crisis de credibilidad de las instituciones, puede ser la oportunidad de transformación, aunque también corren el riesgo de quedar como un cadáver muy bien maquillado, pero que no escuchó el llamado a resucitar. ¿De qué depende una u otra cosa? De la superación de egoísmos e intereses particulares y actuar en favor del bien común. El control y vigilancia de las autoridades, la participación y colaboración con las políticas justas del gobierno, la transparencia y exigencia de cumplimiento de promesas, el actuar para quienes se representa y no por intereses particulares o de partido. Otro signo de esperanza son las organizaciones sociales que están surgiendo y coordinándose con el afán de actuar en favor de un renacimiento lagunero. Otro signo es el cambio que se está dando en las acciones de caridad por parte de la Iglesia, encaminadas a transformación de estructuras, participación social y promoción de la persona, superando el asistencialismo. También reviste gran importancia el próximo nombramiento del nuevo obispo de la diócesis de Gómez Palacio y la inminente implementación del plan diocesano de pastoral con implicaciones en la promoción de justicia, paz, verdad y vida.

Que la vida nueva que se anuncia en esta primavera sea verdadera resurrección para La Laguna y para cada uno de los que formamos parte de ella.

piensalepiensale@hotmail.com

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