Una de las maneras más grandiosas de celebrar con agradecimiento el don de la vida es la transmisión generosa y responsable de ella. La amorosa aceptación de esta vida.
Celebrando el Día del Padre celebramos la generatividad que todos compartimos, según nuestros carismas particulares, la tarea solidaria de cuidar de las generaciones futuras. Este Día del Padre descubrimos que todos nosotros podemos hacer una contribución de amor y justicia, de fidelidad y libertad, para poder crear un ambiente humano propicio para la paternidad responsable que transmita la vida en plenitud.
No celebramos solamente un determinado grupo de personas de la sociedad, como sería el día de los albañiles o de los abogados o de la mujer, celebramos más bien la misión que tiene toda la humanidad de ser transmisora de la vida, pero no de cualquier vida, sino la de criaturas más perfectas salidas del diseño divino.
Vivir la dimensión humana de la paternidad requiere contribuir a que existan los recursos necesarios para superar las dificultades e impulsarnos a la superación. Trabajo digno, ambiente sano y seguro, calidad de vida, educación de calidad, servicios de salud, transporte eficiente…, en resumen, un entorno adecuado donde las relaciones con nuestros semejantes sean perfectivas, para ayudar a sacar lo mejor de cada uno.
Por tanto, si existen entre nosotros tantas dificultades para poder realizar una paternidad responsable y plena, claro que hoy es una buena oportunidad para reconocerles a los papás que, a pesar de las deficiencias en el entorno han logrado salir adelante en su misión, muchas veces heroicamente. Pero no debemos olvidar a los que no han podido vencer a ese monstruo de mil cabezas que es el ambiente poco propicio para ejercer la paternidad. La sociedad ha fallado en proteger a la institución familiar y no crear las condiciones necesarias para una generatividad saludable y plenamente humana que se exprese en la transmisión de la vida.
El acto conyugal mismo no se encuentra en el plano plenamente humano y responsable si los esposos excluyen arbitrariamente la transmisión de la vida, si se practica como un juego entre los jóvenes o se mata su fruto con el aborto. Es incoherente, por decir lo menos, escuchar felicitar a los papás en su día, a los responsables de leyes anti-vida o a quienes son culpables directa o indirectamente de la pobreza, la ignorancia, la manipulación y cualquier acción u omisión que promueve la cultura de la muerte en sus diversas manifestaciones.
Nuestra inclinación natural al amor, revela nuestro origen divino que nos hace inclinados naturalmente a la "generosidad" que se debe entender también en el sentido de fecundidad. En el corazón de todo hombre está esta semilla del amor que le comunica su fuerza vital. El amor se difunde como un principio de vida que hace fecundo al que lo recibe, mientras que el mal vuelve estéril al hombre. La paternidad es una rebeldía contra la muerte; se manifiesta naturalmente fecunda, espontáneamente generosa y efusivamente bondadosa; rechaza la tendencia no-humana a la destrucción, a la violencia y al egoísmo que esterilizan. De esta forma cada hombre y cada mujer son originalmente fecundos. Cada hijo es mi hijo. Cada hombre y mujer somos papás.
La fecundidad, es también una tarea personal y social, que requiere ser cultivada con el uso de las potencialidades propias del ser humano. Es entonces todo un proyecto a realizar, es tarea de autoconstrucción, es la responsabilidad de ser cada vez más humanos. Es por tanto también un riesgo, una aventura, un objetivo falible; podemos fallar como individuos y como sociedad condenándonos a la esterilidad. Al celebrar a los papás rechazamos consciente o inconscientemente la muerte que permea la mentalidad actual, que busca el estéril neoliberalismo, el tener sobre el ser, que se mueve sólo por la competencia encarnizada y la lucha contra el enemigo. La celebración de este día es una llamada a ser fecundos a hacer de la sociedad una familia, renunciando a intereses particulares, de grupo, de partido, a derrumbar el muro que nos tiene encerrados en el individualismo estéril.
En nuestra querida región Lagunera somos pioneros a nivel nacional en celebrar no sólo el Día de la Madre, sino también el Día del Padre. ¿Será porque en este desierto sabemos apreciar la vida? ¿Es que el desierto nos ha enseñado a descubrirla y protegerla precisamente porque es escasa? La flora y la fauna regionales claman a nosotros con fuerza; la naturaleza se rebela porque nuestra paternidad está fallando. El Papa Francisco en la Encíclica sobre el medio ambiente que acaba de ser publicada el jueves pasado llamada "Laudato si", nos invita a proteger la casa común proponiendo incorporar claramente las dimensiones humanas y sociales con la situación ambiental. El amor paternal es fecundo y es capaz de romper las poderosas fuerzas de muerte impulsando a la creatividad, a la organización, a la lucha, a la defensa fiera de quienes se ama para no dejarlos en manos de la muerte. En medio de estructuras letales, caducas y estériles, tendremos que ser fieles y a la vez creativos para llevar a cabo nuestra misión de transmitir vida humana en plenitud, construyendo las instituciones humanas y humanizadoras que esta nueva época requiere. No ha cambiado la esencia del hombre, pero ha quedado desprovista de estructuras de expresión que formen adecuadamente a nuestro hijos.
Sólo Dios es el padre perfecto, pero nos ha invitado a colaborar con él en la gestación de esta nueva humanidad: a ser "progenitores". Felicidades.
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