PRIMERA PARTE
El sistema político-económico neoliberal nos ha inoculado la idea errónea de progreso según sus categorías que, sin embargo, están dando señales claras de su fracaso. "Laudato si", la última encíclica del Papa Francisco no habla sólo de que hay que sembrar arbolitos y no tirar basura, sino cuestiona todo el sistema y pone a la luz la urgente necesidad de cambiarlo. La crisis ecológica es sólo la punta del Iceberg de un mundo que clama al hombre para que deje de destruirlo y destruirse por el consumismo.
A la hora de intentar una evaluación realista de nuestro mundo actual debemos tener presentes las graves consecuencias de la extrema desigual en cuanto a la distribución de las riquezas y los ingresos que en México ha adquirido dimensiones extremas en relación con el concierto mundial y que, según el último informe del Oxfam México del 24 de junio, Elaborado por el economista Gerardo Esquivel, la desigualdad continúa aumentando. Imaginemos una fiesta con un pastel dividido para 100 personas en la que uno sólo se lleva 21 rebanadas (es decir, que el 1% de la población tiene el 21 % de ingresos), o bien, 10 personas se comen 64 rebanadas y le dejan sólo 36 a las otras 90 de la fiesta. ¿Se imaginan el tamaño de la rebanadita? Lo peor es que son insaciables y siempre quieren más. No son como el niño que le gustaba mucho el pastel y se encontraba llorando en un rincón de la fiesta porque ya se había llenado y todavía quedaba mucho. Para el sistema de mercado actual no hay pastel que alcance. ¿Ya descubrimos para quien es el progreso?
El malgasto en armas y seguridad, la creciente criminalidad, la impunidad, la cínica corrupción, la devastación ecológica y daños a la biósfera tienen a la humanidad menos dichosa y más angustiada a medida que ha entrado en las intricadas sendas de la economía de mercado. La aprobación de leyes llamadas "avanzadas" y de mochos "cambios estructurales", no es sino copia burda de otras sociedades en decadencia que sirven al mismo sistema que es controlado desde los grandes poderes económicos nacionales e internacionales. Es la hora ya de que busquemos la humanización de nuestra sociedad y esto sólo será posible cambiando el sistema y las estructuras que destruyen al hombre.
Un cierto optimismo en las reflexiones del saber, incluso teológicas tiene que preguntarse si no está contaminado por el mito del progreso. Hay en el hombre un sustrato que suscita la esperanza del triunfo final de la vida sobre la muerte; la misma experiencia insostenible deberá empujar al cambio. ¿Cómo podemos superar esta "demora en la humanización", esta disparidad entre las curvas de crecimiento de unos pocos en detrimento de todo un planeta? Esta esperanza ha de mantenernos vigilantes y sobrios en la actual tensión y combate que libramos. Mantienen una orientación clara quienes están permanentemente abiertos al paso próximo, aunque sea modesto, en nuestro esfuerzo por lograr un mundo menos inhumano y cada vez más justo.
La megalomanía de Alejandro Magno, del imperio romano, de los conquistadores después del descubrimiento del nuevo mundo, de Napoleón, de Hitler, del imperialismo ruso, han causado daños indecibles a la humanidad. Las guerras imperialistas y coloniales fueron motivadas por la ideología de la expansión económica. Actualmente los dirigentes políticos permanecen prisioneros de la tendencia y mentalidad del progreso puramente económico sin caer en la cuenta de las consecuencias que esta tendencia tendrá para la humanidad. ¿A dónde conducirá el proceso si el modelo económico de las naciones industrializadas del mundo occidental sigue extendiéndose? La situación es seria y la crisis ecológica es la prueba.
Las estadísticas de la macroeconomía no miden la satisfacción de todas las necesidades del ser humano. Se mide el progreso con parámetros limitados y medibles como la vivienda, los servicios sanitarios, la educación básica y el ingreso necesario para la canasta básica. ¿Y las otras necesidades básicas? ¿Es posible vivir sin afecto, sin conocimiento y sin sentido? ¿No son básicas? Ellos mismos ponen sus parámetros según su propia idea de modelo de vida moderno o desarrollado. Sólo cuentan lo cuantificable. La idea o premisa del desarrollo se mide en dinero y no considera muchos elementos más como los productos de recolección y de autoconsumo. ¿Por qué quieren prohibirles ser felices a los que no tienen dinero? ¿Por qué los que lo tienen no son felices? Lo más destructor es la pretensión de que todo tienen un precio; en otras palabras, que el dinero es el supremo de los valores. La manera de medir el progreso y el crecimiento es señal muy clara de su falta de sabiduría al perder la visión de conjunto. No miden los daños a la biósfera y a la salud de ésta y futuras generaciones, no consideran el alto precio de vidas que se paga con la criminalidad y la insalubridad, no consideran la pérdida del tiempo libre ni de la creatividad.
La decisión de valorar a tiempo estos daños por parte del gobierno, evitará consecuencias trágicas. No se trata de reprimir el progreso. Hay muchas necesidades humanas que reclaman atención, tantas dimensiones del humanismo que esperan por un mejor desarrollo y una verdadera sabiduría. La tarea es gigantesca. Reeducar a la sociedad de consumo con nuevos ideales y pautas de comportamiento. ¿No es eso lo que está proponiendo el Papa Francisco?
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