"¡México necesita a sus indígenas y los indígenas necesitan a México!" afirmaba Juan Pablo II. Esta necesidad es más urgente hoy, ante el cambio de época que estamos viviendo a nivel mundial y que el pueblo mexicano está viviendo con sus características particulares. Esta necesidad aunque es recíproca, parece que es el país quien necesita más de los indígenas que ellos de nosotros. "Córima" es la palabra que nos dirigen nuestros hermanos tarahumaras para llamarnos a la solidaridad con ellos, la cual no significa limosna, sino "comparte". Son ellos quienes tienen una gran riqueza que compartir con nosotros. San Juan Pablo añadía: "Es necesario apoyar hoy a los indígenas en sus legítimas aspiraciones, respetando y defendiendo los auténticos valores de cada grupo étnico". Esta exhortación se hace actual y la recuerdan los obispos de México al celebrarse, el 9 de agosto, el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, con el tema: "Garantizar la salud y el bienestar de los pueblos indígenas".
Los pueblos originarios habitan cerca del 20% del planeta, principalmente en áreas donde han vivido por milenios, y son los más importantes guardianes de la Tierra. En nuestra nación, más de 15 millones de mexicanos son indígenas, con identidades muy sólidas, sociales, culturales, lingüísticas y económicas, y una valiosa sabiduría ancestral, de la cual, "la sociedad tiene que aprender", como afirmaba Juan Pablo II al canonizar al indio Juan Diego. No obstante, los avances, muchos pueblos indígenas siguen padeciendo pobreza y rezago. De ahí que la ONU llame la atención ante un reto fundamental: Su acceso a los servicios de la salud. Es cierto que esto se dificulta a causa de la distancia, la dispersión poblacional, etc. Pero si valoramos a nuestros indígenas, superaremos esos obstáculos con creatividad y constancia. Así supieron hacerlo grandes hombres que, en los momentos más difíciles y crueles de la conquista y la colonia, se enfrentaron con valentía a retos geográficos, lingüísticos y culturales, y a los intereses económicos de muchos colonos, y que con creatividad contribuyeron al nacimiento de una rica cultura, fruto del encuentro de la fe cristiana con aquellas etnias originarias, a las que defendieron y promovieron.
Hoy más que nunca, la sociedad tiene de aprender de la valiosa sabiduría ancestral de los pueblos indígenas. El fracaso del sistema neoliberal actual a nivel económico, político y social, que en unas cuantas décadas ha puesto en crisis nuestro planeta y lo tiene al borde de la catástrofe ecológica, tiene que regresar la mirada a las culturas que han sabido estar en armonía con la naturaleza por milenios. En ellas se realiza la reproducción de la vida y no del capital que hace el esfuerzo suficiente y se utilizan los recursos necesarios, no más. No se producen cosas inútiles, ni se presiona al consumismo para seguir produciendo. En sustitución, se producen cosas bellas, durables y útiles, en vez de las descartables, de mala calidad y en serie que han llenado al mundo de basura. El mundo del confort, con su conducta suicida, separó al hombre de la naturaleza y le adjudicó el deseo innato de acumulación y la tendencia a la competencia, proclamó la autonomía individual como meta de la vida (contra el concepto de bien común), y el dinero como la medida de la autonomía y del éxito.
No es pues, como algunos nos quieren hacer creer, volver al pasado, a la época de las cavernas. Se trata, al contrario, producir lo que se requiere para vivir bien y para el buen vivir. Tanto en bienes materiales como simbólicos, y también los excedentes necesarios para el intercambio con productos de otras regiones, para compartir, para las actividades festivas y para los malos tiempos. Esta lógica ha sido la dominante en el tiempo y el espacio, e inclusive persiste, en escala reducida en los pueblos tradicionales. El secreto de la persistencia, durante siglos, de las comunidades indígenas, fueron los sistemas productivos, que no eran otra cosa que la diversificación productiva en la milpa y en el traspatio, donde se combinaban diferentes productos: Maíz-frijol, calabaza, por ejemplo, adicionados con huerta y ganadería de traspatio, proporcionaban las condiciones de reproducción de una familia en escasa superficies de terrenos. Producían a la par excedentes suficientes, en forma de tributos, como para sostener imperios. (cfr. Collin H, Laura, Economía solidaria: local y diversa, COLTLAX, 2014, p. 98).
Las organizaciones sociales reunidas en el Segundo Encuentro Mundial de Movimientos Populares, en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, durante los días 7,8 y 9 de julio de 2015 y en la que estuvo presente el Papa Francisco, coinciden en que el actual sistema que no puede brindar tierra, techo y trabajo para todos, que socava la paz entre las personas y amenaza la propia subsistencia de la Madre Tierra, no puede seguir rigiendo el destino del planeta. Se comprometen, entre otras cosas, a trabajar por superar el modelo social, político, económico y cultural donde el mercado y el dinero se han convertido en el eje regulador de las relaciones humanas en todos los niveles, a impulsar el proceso de cambio como resultado de la acción de los pueblos organizados, que desde su memoria colectiva toman la historia en sus manos y se deciden a transformarla, para dar vida a las esperanzas y las utopías que nos convocan a revolucionar las estructuras más profundas de presión, dominación, colonización y explotación. Su decálogo habla de vivir en armonía con la "Madre Tierra" y exigen la reparación histórica y un marco jurídico que resguarde los derechos de los pueblos indígenas a nivel nacional e internacional. Reafirman la defensa de los conocimientos tradicionales de los pueblos indígenas sobre la agricultura sustentable y la pluralidad de identidades culturales y tradiciones.
Atravesamos un cambio de época: El pensamiento moderno creó una civilización, una cultura sobre bases falsas. Hoy se cuestionan estas bases. La vital unidad del hombre con la naturaleza, patentiza nuestra vulnerabilidad y la necesidad de restablecer el equilibrio perdido. La cultura indígena responde a la búsqueda de cordura ante un sistema suicida que amenaza acabar con la vida humana; la violencia desbordada y la exclusión son la prueba. El cambio en la forma de ver el mundo y en la opción de vida, constituye una opción personal y de civilización para una vida más rica, más significativa, más abundante, más unida, más austera.
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