La humanidad se ahoga
El 2 de septiembre la policía turca encontró el cadáver de un niño sirio de tres años, Aylan Kundi, ahogado junto con su hermano Gahalib y su madre Rehan. Las imágenes de esto han cuestionado a la comunidad internacional. Toda pretensión de mejorar el mundo supone cambios profundos en los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras de poder que rigen hoy a la sociedad. El actual sistema neoliberal no tiene respeto a la persona humana y está destruyendo a los pequeños de este mundo, los pobres, los débiles, los indígenas, los niños. La capacidad de transformar que tiene el ser humano debe desarrollarse sobre la base del cuidado de los más débiles, pero estamos fallando como humanidad regresando a la ley del más fuerte. No es sólo un niño, sino millones las víctimas ofrecidas a esta nueva deidad del lucro, del poder, del consumismo. Hemos dejado el lenguaje de la fraternidad y de nuestra armonía con Dios, con los demás con nosotros mismos y con la naturaleza, ahora nuestras actitudes son las del dominador, del consumidor, del explotador de recursos, incapaces de poner límites nuestros intereses inmediatos, particulares y egoístas.
El 2 de septiembre la policía turca encontró el cadáver de un niño sirio de tres años, Aylan Kundi, ahogado junto con su hermano Gahalib y su madre Rehan. Las imágenes de esto han cuestionado a la comunidad internacional. Toda pretensión de mejorar el mundo supone cambios profundos en los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras de poder que rigen hoy a la sociedad. El actual sistema neoliberal no tiene respeto a la persona humana y está destruyendo a los pequeños de este mundo, los pobres, los débiles, los indígenas, los niños. La capacidad de transformar que tiene el ser humano debe desarrollarse sobre la base del cuidado de los más débiles, pero estamos fallando como humanidad regresando a la ley del más fuerte. No es sólo un niño, sino millones las víctimas ofrecidas a esta nueva deidad del lucro, del poder, del consumismo. Hemos dejado el lenguaje de la fraternidad y de nuestra armonía con Dios, con los demás con nosotros mismos y con la naturaleza, ahora nuestras actitudes son las del dominador, del consumidor, del explotador de recursos, incapaces de poner límites nuestros intereses inmediatos, particulares y egoístas.
Necesitamos sentirnos íntimamente unidos a todo lo que existe para no convertir el mundo en un objeto de uso y de dominio. La crisis nacional y mundial es causada no sólo por los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás. Necesitamos multiplicar los grupos y asociaciones que, utilizando legítimos mecanismos de presión hagan que el gobierno cumpla con su propio e indelegable deber de preservar el ambiente sin venderse a intereses espurios locales e internacionales. La imagen de este niño es una llamada a dejar la indiferencia, la cómoda resignación o la ilusa confianza en soluciones técnicas. Necesitamos una solidaridad universal nueva que descubra la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta. Necesitamos cuestionar las formas de poder y buscar otros modos de entender la economía y el progreso, un nuevo estilo de vida que descubra el valor propio de cada creatura y la grave responsabilidad de la política internacional y local.
El deterioro de la calidad humana y la degradación social tiene sus propias características en nuestra región Lagunera, afectada poderosamente por la violencia, la corrupción, el desempleo y la contaminación. La legislación laboral dejó de proteger al trabajador. La exclusión social es evidente en nuestros cinturones de pobreza, la inequidad en el consumo de energía y otros servicios, la fragmentación del tejido social, el crecimiento de la violencia y el surgimiento de nuevas formas de agresividad social, el narcotráfico y el consumo creciente de drogas entre los más jóvenes, la pérdida de identidad, son signos de una falta de verdadero progreso integral y de una mejora de la calidad de vida que afecta sobre todo a los más débiles.
Somos una sola familia humana en Siria o en Lerdo. No hay fronteras ni barreras que nos permitan aislarnos y por eso mismo tampoco para la indiferencia. La búsqueda de poder y del dinero arrasa irracionalmente la vida y continúan justificando el actual sistema mundial, y cualquier cosa que sea frágil o pequeña queda indefensa ante los intereses del mercado. No alcanzan a distinguir que el Creador tiene un amor especialísimo por cada ser humano lo que le confiere una dignidad infinita, sea sirio o lagunero. Para él no hay sobrantes. Cada uno es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario, cada uno tiene derecho a vivir y a ser feliz.
Hemos sido testigos de la maquinaria que se movió para prohibir las corridas de toros en el vecino estado, que paradójicamente no coincide con la lucha por proteger la igual dignidad entre los seres humanos, pues el mismo que pide la eliminación de las corridas de toros pide la legalización del aborto. Dice el Papa Francisco: "Es verdad que debe preocuparnos que otros seres vivos no sean tratados irresponsablemente, pero especialmente debería exasperarnos las enormes inequidades que existen entre nosotros, porque seguimos tolerando que unos se consideren más dignos que otros. Dejamos de advertir que algunos se arrastran en una degradante miseria, sin posibilidades reales de superación, mientras otros ni siquiera saben qué hacer con lo que poseen, ostentan vanidosamente una supuesta superioridad… seguimos admitiendo en la práctica que unos se sientan más humanos que otros, como si hubieran nacido con mayores derechos. No puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos". Cuando el corazón está auténticamente abierto a una comunión universal, nada ni nadie está excluido de esa fraternidad. Paz, justicia y ecología están ligadas. Todos los seres humanos somos hermanos entrelazados por el amor que Dios tiene a cada una de sus creaturas (Laudato si, nn. 90-92).
La transformación no se reduce a respuestas urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo. Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad nuevas. Urge una valiente revolución cultural que detenga las olas portadoras de pequeños muertos. Es indispensable detener la marcha y mirar la realidad de otra manera, recoger lo verdaderamente positivo y recuperar los valores y fines de una auténtica vida humana. Cuando no se reconoce el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad, se está actuando contra la misma base de su existencia. Necesitamos sanar nuestras relaciones básicas del ser humano, valorar cada persona humana dentro del la unidad y conexión con la creación y con Dios. Todo está relacionado. Esto incluye incluso a los no nacidos, pues "Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social (Benedicto XVI, Caritas y veritate, 663).
Muchas cosas tienen que cambiar de rumbo, la humanidad toda necesita cambiar. Hace falta la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos que desarrolle convicciones, actitudes y formas de vida. ¿Difícil? Sí, pero este gran desafío cultural, espiritual y educativo, aunque supone largos procesos de regeneración no puede ya postergarse, no puede tampoco dejarse a iniciativas individuales. Se requiere también una conversión comunitaria.
La vida eterna reivindicará a todos los pequeños Aylánes que ocuparán su importante lugar que aquí les negamos. Mientras tanto nos unimos para encargarnos de esta canica azul sabiendo que el Señor de la vida no nos deja solos, mucho menos a los más pequeños.
piensalepiensale@hotmail.com