El cambio del modelo de desarrollo económico que la humanidad está necesitando, debe partir desde la familia. El modelo neo-liberal está dando señales claras de su fracaso y por desgracia...
... ha afectado las relaciones familiares que son opuestas a sus principios. El sistema capitalista privilegia la competencia, el individualismo que aísla, el éxito a costa de los otros, producir y consumir como motor del comercio, explotar los recursos sin ningún interés por la ecología, ganar dinero como objetivo único de la economía. La institución familiar es contraria a este sistema y por ello es atacada frontalmente ya que en la institución familiar el otro es parte de una comunidad al que se le ayuda y aprecia y no un enemigo por derrotar; los triunfos o fracasos de sus miembros en particular son triunfos y fracaso de la familia toda; la economía es para satisfacer necesidades y se ayuda al más débil; el más fuerte es solidario con todos y cada uno contribuye con sus dones y cualidades en favor del grupo. Se comparten muchas cosas reduciendo el consumismo; se cuida la casa y se enseña a vivir en comunión, a compartir y a cuidar las cosas comunes. Estas son sólo algunos ejemplos del sin fin de relaciones familiares que forman a la persona humana y que contradicen a un sistema que se caracteriza por ser deshumanizador.
El sistema socio-económico neoliberal tiene incidencia en diversos sectores de la cultura y no sólo ha afectado las relaciones económicas; su ponzoña de muerte llega también a la vida familiar, de modo que las relaciones entre sus miembros son afectadas por la competencia, la lucha, la envida, la explotación, causando divisiones de todo tipo como el divorcio, la lucha fratricida, la envidia, la falta de unidad y la desintegración de sus miembros. Pero esos efectos negativos, que vienen de un sistema erróneo, pueden ser descubiertos y combatidos por la naturaleza misma de las relaciones familiares que a su vez pertenecen a la esencia de la naturaleza humana. En los momentos de crisis, de tristezas o de alegría, el sistema capitalista-consumista es botado por la ventana y brota espontáneamente el amor, la gratuidad de las relaciones, la comunión, el interés por el otro, el compartir y demás actitudes contrarias al sistema imperante. El deshumanizante y mortal imperio del poder y del dinero es vencido por la sencilla y a la vez poderosa fuerza de la familia, fuente y custodia de la vida humana en plenitud.
Por el bien de la familia humana es necesario proteger a la célula que la origina: la institución familiar. Ante la necesidad de replantear y cambiar el modelo de desarrollo, empecemos por la familia. Parte importante de las tareas de los gobernantes y legisladores es velar por el bien de la institución familiar por medio de políticas públicas y leyes que la protejan. Las fortalezas y debilidades que tiene actualmente la familia se reflejarán inevitablemente en la organización política de la sociedad o, al menos, en fuertes inclinaciones políticas. Recíprocamente, casi todas las decisiones políticas afectan a la vida de la familia de una manera u otra, en estabilidad y salud o en desorden y trastornos. De ahí que las instituciones en favor de la familia, entre ellas el DIF, del que ya estamos teniendo los informes en los gobiernos locales, tienen el importante papel, no sólo de preparar y aplicar la legislación relacionada con la familia o de actualizar la anticuada, sino también de estudiar todas las decisiones políticas, económicas y educativas desde la vertiente del impacto que causarán en la vida familiar. El capitalismo desbocado, el cataclismo social y la inseguridad social y política han provocado efectos devastadores en la totalidad de la institución matrimonial y en la familia.
Porque la justicia así lo exige, e en interés de toda la sociedad y de las comunidades políticas, la política debería evitar todo lo que debilite la salud, la armonía y la estabilidad de la familia, al tiempo que protege de forma altamente positiva todos los derechos y condiciones de la vida familiar. Los legisladores no se limiten a promulgar leyes que favorezcan la estabilidad o restrinjan el divorcio, y por otro lado se crucen de brazos ante las desfavorables situaciones económicas, culturales o políticas que contribuyen a romper los matrimonios. Si la familia es la institución que puede renovar a toda una sociedad es necesario que ésta se preocupe de las condiciones de vida y de las leyes que favorecen la paz en las familias y ofrecen las mejores posibilidades para que la familia cumpla sus tareas de formación de personas y educadoras de los miembros de esa sociedad. Las distintas acciones políticas tienen que contribuir a la educación y promoción sin descuidar el principio de subsidiariedad, para no invadir los derechos y obligaciones básicas de las familias.
Los principios de una economía solidaria deben ser apoyados con posturas responsables. Será política pobre la que lucha sólo por paliar las consecuencias de una mal sistema, sin recurrir a las causas que la originan. La sexualidad no es un artículo de consumo, los hijos no son una inversión, la familia no es sólo un consumidor. El ambiente de consumismo que invade a las relaciones matrimoniales y familiares trae consecuencias nefastas. El otro (o la otra) es considerado como objeto de satisfacción y de consumo. Se usa y se abusa el uno al otro; se banalizan relaciones interpersonales haciéndolas fuente de comercio, de descontento, de tristeza y de discordia. El hombre encuentra su dignificación y plenitud humana sólo si renuncia al consumo insensato en todos los campos y asigna al consumo racional de alimento, bebida y otras cosas un puesto subordinado a los valores superiores. La familia será así la base de un auténtico desarrollo humano.
