El progreso de la humanidad depende del progreso de cada persona, que luego se reflejará en la familia, grupo o ciudad; depende del esfuerzo personal y comunitario; de las oportunidades que generamos los unos...
Para los otros; del ambiente que propiciamos de paz y tranquilidad en nuestras familias, trabajos y sociedad. Los valores propios del hombre son los que perfeccionan al hombre. La crisis de valores es una crisis de desarrollo humano. Algo esencial para poder desarrollarnos humanamente es la renuncia a nuestro ego; es por eso que reducir nuestra vida a simples consumidores como lo hace el neoliberalismo, es claudicar a nuestro crecimiento y humanización. El egoísta es como esos agujeros negros que los astrónomos han descubierto en el universo, que se consume a sí mismo y todo lo que lo rodea. Somos como agujeros. Sí, pero más bien como esos baches de nuestras calles laguneras, que cada vez son más grandes porque siguen sacando de sí mismos partes de sí, cada vez que las llantas se sumergen irremediablemente en ellos. Igualmente nosotros: entre más sacamos de nosotros mismos, más grandes nos hacemos. Esa es nuestra naturaleza humana; no somos bodegas sino seres biológicos-psicológicos-sociales-espirituales. Así. Todo junto. Una unidad indivisible con elementos que sólo pueden ser divididos artificiosamente en nuestra mente para tratar de comprendernos, pero que en la realidad se funden, confunden y condicionan mutuamente perdiéndose los límites entre uno y otro e interactuando mutuamente.
La actitud de negarse a sí mismo complementa, da sentido y plenitud a todo nuestro ser para un perfecto funcionamiento en lo biológico, en lo mental, en lo relacional y en lo espiritual, entendido esto no como elemento puramente religioso sino como el nivel superior del hombre que debe coordinar todos los demás elementos de nuestro ser. Ya lo dijo Jesucristo: "¿Pues de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde?" (Lc. 9, 25). Y algo similar dice un psicólogo dos mil años después, afirmando como destructiva de la persona la falta de esta entrega: "Debemos comprender que el centro de la neurosis es no querer perder" (Fritz Perls, psiquiatra alemán de la escuela gestal en su libro "Terapy Gestal, Excitación y Crecimiento de la personalidad"). La vida nos va educando para nuestro desarrollo por medio de pérdidas, las cuales cuando no se asimilan, la persona vive como muerta. Nuestra actitud de renuncia a la vida nos hará crecer en el amor y sólo por el amor nos conocemos y vivimos verdaderamente como humanos. La lucha es del amor contra el ego. No es una idea romántica o exclusiva de una religión, sino la base del desarrollo individual y de toda la humanidad. Nos corresponde realizarlo como personas plenamente responsables, generadoras de un mundo mejor y no consumidoras de los pocos recursos que quedan en nuestro mundo y con ellos consumirnos también nosotros como individuos y como especie.
"El que ama su vida la pierde y el que pierde su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna (Jn. 12, 25)", lo dice también y lo vive en la cruz el Galileo. Pero la vanidad de la mundanidad, pierde esta dimensión, aunque no faltan muchos ejemplos de hombres y mujeres que renuncian cada día a sí mismos para servir a los demás, está de moda el egoísta, el que piensa en su comodidad, el que cumple todos sus caprichos; se promueve y admira a aquel que busca lo mejor para sí mismo, que no le importa dañar a los demás con tal de lograr sus placeres. La falta de esperanza le impide dejar la satisfacción presente para entregarse y buscar el bien común. El auténtico humano, el verdadero hombre en plenitud tiene esperanza y es quien ama al otro y no se preocupa de sí mismo. El hombre que se busca a sí mismo termina con la muerte; el hombre verdadero se construye y construye humanidad. Crea un ambiente favorable para llegar al desarrollo pleno. Crea una familia en donde se crece física, espiritual, social e intelectualmente; crea una ciudad con espacios de crecimiento, purifica en los diversos ámbitos culturales lo deshumanizador que pueda haber en las leyes o su aplicación, en la administraciones de la cosas pública, en los medios de comunicación, en la educación o en la religión.
Tenemos todos qué incluir la espiritualidad como requisito para nuestro desarrollo. El laicismo entendido como renuncia a este aspecto, hace al individuo que abdique a crecer y a controlar humanamente todos los demás elementos que integran lo que somos (biológicas, psicológicas y sociales). Los místicos son quienes han desarrollado en grado máximo todas sus capacidades y no sólo el aspecto espiritual, para responder generosamente al ambiente y retos de su entorno al servicio de los demás. Servicio coherente y cualificado. Dudemos de un servidor público o del que se declara un buen ciudadano, si tiene el aspecto espiritual descuidado, desorientado, negado o fanatizado, pues esto repercutirá directamente en su efectividad como "servidor público" o como "buen ciudadano". El místico procura hacer con perfección su servicio, forma y se rodea de colaboradores místicos, hace amigos verdaderos y los hace amigos de Dios. Su entrega es especialmente por los que más sufren o necesitan, por los que están más abajo para levantarlos, pero tiene la mirada en lo más alto y eterno; mirada global que no se limita a lo inmediato ni en sus propias necesidades e intereses; hace lo que puede con toda perfección, con amor, como un don, en un amor recíproco que crea armonía, supera diferencias, es alegre y trabaja por la paz. El amor es trascendente. Los místicos no pierden el camino de los pequeños, ni pierden la oportunidad de una palabra amable, de una sonrisa, de cualquier pequeño gusto que siempre paz y amistad (cfr. Papa Francisco, Laudato Si n. 230).
La plenitud es el horizonte de nuestra existencia. Infundir espiritualidad a nuestras actividades y a nuestra formación puede llevarnos las cumbres más elevadas de nuestro desarrollo personal y comunitario.