La paz es un trabajo arduo y difícil, porque es la expresión de la armonía interior, con los demás con la naturaleza y con Dios. Todos las deficiencias de esta armonía son falta de paz y tarea para construirla.
A esta falta de armonía abonan muchos factores que son otras formas de violencia, algunas sofisticadas y maquiavélicamente sostenidas: el temor, la miseria, la injusticia, la ignorancia, la corrupción, la represión, la pobreza…
Estamos muy lejos de la paz aunque digan lo contrario las manipuladas encuestas; en el mejor de los casos son sólo indicadores de reducción de un tipo de violencia; la más ruidosa tal vez, pero no la más dañina. Un avance hacia la paz sólo es verdadero cuando se estén superando las causas que la han provocado. Si cambian los agresores, las formas o los métodos, la violencia continúa; si únicamente han bajado el ruido de las balas, artificialmente acalladas por una manipulación mediática, la violencia continúa. La quietud del cementerio está muy lejos de expresar la verdadera esencia de la paz, y mucho menos cuando desde él salen gritos ensordecedoramente silentes de víctimas de la violencia en sus diversas expresiones: los caídos por las balas y los derrumbados por el hambre, la miseria, la desesperación y la injustica.
El recién ataque terrorista en París no es sino una expresión más de los diversos tipos de violencia. El diaro "Le parisien" el mismo día de los ataques (13 de noviembre) y antes que sucedieran, publicaba en su primera plana el aumento de la preocupación de los parisinos ante el terrorismo: según una encuesta anual de victimización, que mide los sentimientos de inseguridad, el 17 % declaraban que la amenaza terrorista era su primera preocupación.
No tardaron los medios nacionales en presentarnos "en directo" los acontecimientos en la "ciudad luz", lo cual, aparte de seguirles el juego a los terroristas (crear terror en la población), no es sino otro modo de distraer la atención para no percibir los "violentos" ataques que sigue teniendo el pueblo mexicano cotidianamente, no sólo por un grupo de terroristas o un cartel de narcotraficantes, sino por otros actores, desde diversas trincheras, muy bien discimuladas.
El término "paz" no tolera definiciones conceptuales precisas porque expresa una realidad de carácter dinámico. Sin embargo, no puede limitarse a ausencia de lucha violenta, porque así no dice nada acerca de las condiciones reales de los ciudadanos que puede entenderse como la tranquilidad de un orden polìtico o económico puesto al servicio de las clases sociales dominantes. Las primeras víctimas de tal agresión son los pobres y el planeta que está sufriendo una verdadera crisis, que es ecológico, sino social.
Plantear la paz como la realización de un orden social fundado sobre la justicia, que instaure una solidaridad operante, plantea definir la justicia: ¿De qué justicia se trata? ¿Cuáles son los obstáculos que hay que derribar para no quedarse sólo en palabras de paz? ¿A qué precio es posible tener la paz? Sobre el camino de la paz se encuentran los obstáculos que nacen de la incapacidad colectiva de amar y que sólo puede superarse con la racionalidad humana, tanto ética como tecnológica, pero también reclama una realidad trascendente que anime a "los que trabajan por la paz" a construirla en la historia y progresivamente.
El compromiso a favor de los otros que requiere el trabajo por la paz, es contrario al método de la tendencia neoliberal imperante; su deshumanizador concepto de "aislamiento" y "lucha contra todos" prueba cada vez más su fracaso, como realización de la persona que es esencialmente comunión. Es la solidaridad, que parte de toda auténtica antropología, la que está motivando desde el corazón del hombre algunas expresiones que surgen con renovado vigor para construir comunidad: en la familia, en el trabajo, en las empresas, en la sociedad, en el gobierno y en las relaciones internacionales. Por eso podemos decir que todos somos parisinos, en el sentido de que nos sentimos un grupo de personas que, en base a una meta común, rechazamos la violencia, aceptamos y trascendemos las diferencias personales, nos comunicamos abiertamente y con respeto compartimos nuestros talentos para alcanzar nuestras metas.
Las tareas para construir la paz son inmensas. Si queremos las paz tendremos que trabajar por la justicia en sentido amplio y dinámico, que va más allá de un equilibrio precario de fuerzas y busca una justicia cada vez más perfecta entre los hombres.
Para conseguir la paz es necesario el uso de medios adecuados, método de trabajo, organización y participación activa de la sociedad; esto está siendo evidente en muchos grupos que están surgiendo en La Laguna, de éste y del otro lado del lecho seco del Nazas. Dos ejemplos de ello son los jóvenes universitarios y la Iglesia Católica.
Los universitarios son una poderosa fuerza por contar en la región con un gran número de instituciones educativas a nivel licenciatura. La Comunidad de Instituciones de Educación Superior de La Laguna (CIESLag), es una prueba de ello, pues con lo poco que tienen de existir está siendo factor de cambio con su trabajo organizado, su creatividad y su formación en los diversos ámbitos del saber. Es la era de la Juventud organizada que buscan mejorar la calidad de La Laguna.
Otra fuerza que puede ser promotora de paz con justicia y dignidad es la Iglesia que está sintiendo en La Laguna los llamados de un Papa Francisco que está pidiendo claramente el trabajo social y la acción liberadora; su presencia en tierras mexicanas en el mes de febrero y el próximo nombramiento que haga del Obispo de Gómez Palacio, aunado a un plan estratégico que está por implementarse en la La Laguna de Durango, sin duda detonará fuerzas de un laicado deseoso de participar en la construcción de la paz.
Estas dos fuerzas, no son excluyentes y están haciendo sinergia con muchas muchas más organizaciones, grupos y personas que también están teniendo presencia y que están viendo una luz al final del túnel. Prevalece en ellos el uso de medios y estilo para realizar la paz en la justicia, con método de trabajo bien preciso. No es la protesta violenta lo que los distingue, sino la búsqueda de la transformación dinámica de la región y la liberación de sus principales lastres, en consonancia con estructuras políticas y sociales capaces de respetar la dignidad de cada hombre y todos los hombres, así como de trabajar a favor de la justicia.
La paz como método de lucha no se confunde con un tímido reformismo, que garantiza la tranquilidad únicamente a favor de quien goza una situaciòn de privilegio. Requiere una nueva "Revolución mexicana" y unos nuevos "Dorados de Villa".
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