De izquierda a derecha: Martín Terán, su sobrino Alejandro, su hermana María, ambos de apellido Terán y Carmen, auxiliar de cocina, en 1961, cuando la taquería se situaba en la esquina de Hidalgo No. 605 sur.
(PRIMERA PARTE)
En los alrededores de la Plaza y calles adyacentes desde siempre se han expendido alimentos, bebidas y golosinas de todo tipo; algo que es común en todos los paseos a donde acostumbra concurrir nuestra gente. Dentro del ramo de los alimentos siempre ha sido imprescindible la oferta de tacos de los más variados estilos; lo mismo los encontramos en la acera dorándose en la manteca del comal sobre un bracero, que en un carrito estacionado en el arroyo de la calle o en el interior de un restorán. El taco se aparece por doquier. La bendición del taco nos persigue: es un placer y es el combustible necesario para trabajar, para vivir.
En últimas fechas se ha hecho presente entre nosotros -muy retadora, por cierto-, la gordita de maíz y de harina. Quiere rebasar al taco, ¡difícil! El taco es parte de nuestra idiosincrasia, de nuestra identidad. La presencia de la gordita es coyuntural. Videgaray, el de Hacienda, sí, el que inventa los impuestos y hasta hace poco era el mejor secretario de finanzas del Universo: Certificado, no sé por cuántas empresas que en el mundo cobran por otorgar títulos a la medida del sapo (algo así como lo que se produce a pasto en los Portales de Santo Domingo de México, Distrito Federal, para los que reprobaron la profesional), no nos permite más opción que la informalidad y los negocios de banqueta.
Pero olvidemos el trastorno del proyecto sexenal y aquello de si las gorditas son más fregonas que el taco. Vayamos al romántico pasado que seguramente nos servirá de sedante contra este malestar que nos provocan las mentiras históricas, los megagastos inútiles del Instituto Nacional Electoral y los partidos políticos y la corrupción que baja desde lo más alto de la cúpula hasta los gobiernos de los estados y los municipios. ¡Pura pus!
De aquel año de 1956 en que llegamos a Gómez Palacio recuerdo los famosos tacos dorados de "La Gatita Blanca", atendida por don Juan Cabral y su señora esposa doña Socorro; se ubicada junto al Salón Petronio, por la calle Centenario No. 231 Ote., donde actualmente funciona Pizza Plaza. El restorán Basilio, con su planta alta a manera de terraza luciendo su balaustrada al frente, se situaba por la misma Centenario, frente a la Plaza, aledaño a donde por muchos años estuvo el consultorio del Dr. Gustavo Elizondo Villarreal. Este distinguido negocio fue fundado por don Basilio Hilario, chef oriundo de Monterrey, muy apreciado por la sociedad lagunera, padre de don Humberto Hilario Garza, quien orgulloso de su ascendencia, se forjó un sitial de prestigio en la región y en otras entidades del país, que lo llevaron en 1964 a hacerse cargo del comedor en el Pabellón Mexicano de la Feria Mundial de Nueva York.
Durante la dorada edad de la niñez, al acudir al matiné dominical en el añorado Cine Palacio, saboreé los minúsculos taquitos dorados recargados de repollo y coronados con una rebanadita de tomate -poco más gruesa que una hoja de rasurar-, y de pilón un chisguete de salsa roja; acción estratégica, ésta, que ocultaba la apenas perceptible "embarradita" de frijoles o de puré de papa. De la misma manera, en un carrito de cuatro ruedas, apostado junto al cordón de la banqueta del Cine, degusté los apetecibles taquitos sudados de frijoles, de papa y de mole, eternamente calientitos al vapor y al mero estilo Guadalajara, de Nacho Hernández Ornelas. ¡A diez centavos el taco!
Como buenos niños, economistas por naturaleza, nos las ingeniábamos para que la ración de tacos fuera más abundante. Jamás vacilamos en desobedecer la estricta orden maternal de acceder a Luneta, y, religiosamente, optábamos por el ahorro que nos brindaba el ver las películas desde "gayola".
El mexicano tiene estrechamente ligada su vida al taco. La tortilla de maíz, los frijoles y el chile, que son primordiales en la dieta alimenticia de la gran mayoría de nuestra gente, constituyen el taco mismo. En otros niveles sociales, cuando menos uno o dos de tales ingredientes se hacen presentes. Acá en el norte, "los bárbaros", los retacamos de carne asada, barbacoa, buche, "suadero", hígado, machito, tripa y párale de contar (sin albur, mis paisas).
Aunque -hay que dejarlo bien asentado-, el mexicano también es aficionado y de los buenos, al taco de billar, a engordar las urnas con el taco de boletas electorales, y a darse taco.
En Gómez Palacio y precisamente en contraesquina de su Plaza Juárez, por la antigua calle homónima de nuestra ciudad, ahora conocida como avenida Morelos, operaba, allá por los años veinte del siglo pasado, una humilde taquería portátil que se instalaba por las tardes sobre el terreno que años después, cuando llegó la urbanización, correspondió a la banqueta.
Un brasero sobre una mesa donde también se colocaban las cazuelas con los guisos, la manteca de puerco, la lechuga, el tomate, la cebolla, la salsa y las imprescindibles tortillas, constituían, en sí, todo el restorán de doña María Terán. ¡Perdón!, se me olvidaba el "soplador" (otra vez, sin albures) que avivaba el fuego del carbón: un utensilio, digamos en forma de raqueta, tejido con tiras de hoja de palma, toda una joya de nuestra artesanía popular.
Muy pronto se suma a las labores de doña Mariquita, su hijo Martín (1910-1979), quien asimila los secretos de la sazón, y, al dejar de existir su señora madre, mantiene incólume durante las décadas posteriores esa sabrosa tradición culinaria (insistes, cronista), convirtiéndose en el mandón de los tacos dorados en Gómez Palacio.
Martín Terán era muy inquieto, inestable; deambuló con su negocio por todos los rumbos de la ciudad de Gómez Palacio, sitios, hasta donde acudía su fiel clientela compuesta por personas de todos los estratos sociales. Manuel Rincón Castañeda, apreciable amigo e informante inmejorable y exclusivo de éste su cronista, nos ilustra sobre los puntos donde se vio humear el carbón de su bracero: "Yo recuerdo allá por 1955 a Martín, friendo sus tacos en la esquina noreste de la avenida Ferrocarril cruce con González Ortega, junto a la casa de don Sóstenes Luna; en años posteriores, por la avenida Mina, entre Galeana y Arteaga y Salazar -de espaldas al Cerro de la Pila-, frente a "Mi Cantina" (¡Ay no'más!, para que no se le vaya acusar de negar la cruz de su parroquia); después en Hidalgo (605 sur) y Patoni, donde posteriormente se abrió "La Fresita", una nevería de doña Carmen Silva, y, finalmente, por la Mina No. 505 norte, contiguo a miscelánea "El Pacífico", contraesquina de la Biblioteca Municipal Francisco Zarco".
Como buen Quijote, durante muchos años le acompañó en sus liturgias aderezadas con la magia de la manteca de puerco, su fiel escudero "el Fiado", (un joven de nombre Fidel Cabral Sandoval, quien desde niño fue afectado por secuelas de ataques epilépticos, las que nunca le impidieron ganarse la vida decentemente). "¡Sopla, Fidela!", reiteradamente le conminaba Martín, con su muy delicado tono de voz, para que avivara el fuego, con el susodicho "soplador". Además, durante muchos años, su hermana María Teresa Terán, mejor conocida como "Mariquita", fue su brazo derecho en la elaboración de guisados y preparación de la guarnición. CONTINUARÁ. Nos encontraremos el próximo domingo, D. M. Agur.
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P.D: En la anterior entrega se nos resbaló el dedo en la "compu" y pusimos noviembre en lugar de la fecha de hoy. Aquí estamos.
Esquela: Enviamos nuestras más sentidas condolencias a nuestros amigos y compañeros de la primera generación de Licenciados en Derecho de la Facultad de Derecho de Torreón, U. A. de Coahuila, licenciados María de la Paz Calleros Torres y Roberto Sánchez Santos, por el sensible fallecimiento de su nieto Roberto Miliani Dipp Sánchez, haciéndolas extensivas a sus padres, hermanos y demás familiares.