Para Moreleando, en su tercer aniversario.
México arrastra tras de sí una cultura totalmente autoritaria, que se remota a siglos, prácticamente a toda su historia. En nuestro pasado indígena hay múltiples muestras de esta afirmación. Los tiempos de la colonia son de hecho sinónimo del 'cúmplase'. Pasa igual con la dictadura, ya la porfirista, ya la priista, de finales del siglo XIX y el XX completo.
Con el siglo XXI llegamos a un mundo cada vez más globalizado, donde las ideas ya no son propiedad de nadie en particular, éstas se extienden por todas partes. La democracia, una de ellas, habiendo superado el horizonte de lo meramente electoral, tan necesario y urgente para toda la América Latina de las dictaduras, pasa a la fase de la ciudadanización de la política, del empoderamiento y participación ciudadana.
Sin embargo las inercias a romper son muy fuertes. Normalmente elegimos lo conocido, a pesar que la promesa de un mejor futuro por conocer parezca ser más atractiva. Es el caso de los juegos locales de sucesión. Son tan semejantes a aquellos que describiera Luis Spota en sus famosos y populares libros, escritos para diseccionar el sistema político mexicano en la época de Luis Echeverría. Primitivismo tribal sin glosa.
El proceso está en marcha. En cada vez más latitudes hay grupos organizados que se han propuesto influir, a través de creativas e ingeniosas acciones, en quienes toman decisiones para diseñar, adoptar o cambiar prácticas y políticas.
La gente, este genérico que usamos para referirnos a todos y a ninguno, simultáneamente, es capaz de creer cada vez más en sí misma, no de manera simple o plana, pero sí en un proceso que tiene toda la facha de ser irreversible.
Hablamos de la 'sociedad civil' para referirnos a estos colectivos que retoman problemáticas surgidas en la vida cotidiana, las procesan y ofrecen alternativas institucionalizadas para su atención. Un malentendido no neutro muy extendido por el capitalismo en su fase neoliberal, nos ha hecho creer que la asistencia social es el campo exclusivo de acción de estas iniciativas. Verdad doble, decimos, porque al mismo tiempo que es una burla reducir el campo de la sociedad civil a lo meramente asistencial, es simultáneamente necesario que la sociedad se haga cargo de resolver los problemas que genera su propio funcionamiento, sin dádivas, sin asistencialismos, sin filantropías.
La sociedad cuenta con sistemas complejos para colectar recursos económicos de la colectividad en su conjunto, recaudación fiscal, se le llama. Estos recursos se distribuyen a través de los presupuestos a los diferentes niveles de gobierno. La tradición autoritaria que vivimos es también patrimonialista. Los políticos ejercen estos recursos como si fueran recursos propios. Es por ello que la transparencia y rendición de cuentas se han vuelto casi un mantra de estos tiempos de expansión de la noción de ciudadanía.
Los políticos ejercen poder y presupuesto. En un horizonte autoritario patrimonialista parecen todopoderosos, pero en un horizonte racional democrático son los designados por la colectividad para la administración y manejo de ambos recursos.
Nosotros estamos a la mitad del camino. Ni vivimos los tiempos tribales, irracionales, mágicos, caciquiles, ni somos la sociedad consciente, moderna, civilizada a la que aspiramos llegar a ser.
A ello nos ayudan estas iniciativas, donde quiera que aparezcan. Su capacidad de propuesta, la creatividad de sus iniciativas y su habilidad para prevalecer será el aval natural de la autenticidad de su impulso.
Sin contar con los recursos fiscales, estas iniciativas son capaces de proveer información, ejercer presión y buscar persuadir al público y a los tomadores de decisiones para influir activamente en la orientación, representación y efectividad de las políticas públicas.
Su único recurso, y un recurso no menor, es el poder social. En un juego simbólico de comunicación interactúan a través del ofrecimiento y la presentación de argumentos razonados para la generación de iniciativas ni siquiera planteadas por el aparato estatal, o bien para la modulación, supervisión y control de las ya existentes.
La eficacia de la acción ciudadana se verifica cuando logra transformar sus demandas en poder político a través de procedimientos institucionalizados, pero es además y en síntesis un recurso invaluable para la modernización y progreso de las sociedades. Todo eso representa, no son por tanto el enemigo a vencer de parte de los gobiernos. Dato a tomar en cuenta por parte de los tomadores de decisiones.
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