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Política electorera

Periférico

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

¿En qué punto la política electorera se vuelve un obstáculo infranqueable para la política sin adjetivos? Para intentar responder a esta pregunta es necesario decir algo sobre la dicotomía planteada. La política electorera, como su calificativo lo establece, es aquella que se hace con el único objetivo de ganar elecciones. Dentro de este marco, todo se vale. Usar recursos públicos con fines clientelares. Hacer obras -necesarias o no, eso no es lo importante- con el fin de incrementar el prestigio de quien gobierna. Asumirse no como parte de una ciudad, un estado o país, sino como la ciudad, el estado y el país en sí, es decir, como si los cuerpos sociales gobernados quedaran reducidos sólo a sus gobiernos.

La política electorera abre la puerta al maniqueísmo y la visión autoritaria del ejercicio público: cualquier crítico es un enemigo político, cualquier crítica hacia el desempeño del poder persigue fines oscuros y es indeseable. ¿No estás conmigo? Estás contra mí. Dentro de este escenario, sólo hay lugar para los "buenos" y los "malos", con los problemas que acarrea el hacer este juicio, si es que es posible hacerlo. Así, el único que "hace política" es quien gobierna, término que se confunde con "el que manda". Los demás no "hacen política", sólo obedecen o desobedecen. Y los "desobedientes" no tienen cabida.

La política electorera no pretende formar ciudadanos, al contrario, éstos le estorban. Para quien practica este tipo de política sólo existen votantes, contribuyentes y consumidores. El ciudadano independiente, político pero apartidista, es una anomalía. La política electorera privilegia la descalificación, la calumnia, la campaña negra y la guerra sucia -sin importar el daño que ocasiona a la vida pública- sobre la argumentación de las ideas, el diálogo racional y constructivo, sobre la inteligencia misma. Todo el que no está conmigo es un estorbo para alcanzar el fin último de mi quehacer que es ganar la elección y tener más poder. Por lo tanto es necesario hacerlo a un lado o neutralizar a ese estorbo.

Muy al contrario, la política sin adjetivos es la que sencillamente persigue el bien común. Hay algunos que la llaman "buena política", pero si se observa el origen del concepto, los adjetivos salen sobrando. En el surgimiento de las primeras sociedades, la desigualdad económica se tradujo en una desigualdad legal. Lo que de facto existía, de iure se perpetuaba. De los reyes a los aristócratas, de los oligarcas a los demócratas. La lucha política ha permitido la ampliación del cuerpo cívico, al menos en el plano teórico, no siempre material. El surgimiento mismo de la ciudad y del Estado, no como patrimonio de un monarca -que se asumía como el único soberano cuyo interés personal era el supremo-, sino como un ente en el que convergen intereses diversos y a veces contradictorios, propició el surgimiento de la política como espacio de entendimiento. Para que los patrones originales formaran una ciudad en la Antigua Grecia tuvo que ser necesario que establecieran acuerdos, y la política contribuyó a ello. Luego, quienes se sintieron relegados usaron la política para conquistar espacios en la vida pública.

Hoy en día, ejercer la política sin adjetivos significa centrar en el bien común el objetivo de la acción pública. Es cierto que es un mero ideal suponer que todas las decisiones van a beneficiar a todos los integrantes de una comunidad. La desigualdad económica imperante y los diferentes intereses de los grupos que conforman la sociedad son un problema para que esto ocurra. Sin embargo, la aspiración de la política sin adjetivos es ésa, o en su defecto, beneficiar a la mayoría, y no a unos cuantos o sólo ganar una elección. Esto no quiere decir que ningún político o ciudadano deba pensar en ganar una elección, eso sería absurdo. La diferencia radica en qué es lo más relevante para él. Para quien ejerce la política sin adjetivos ganar una elección es una consecuencia, no un fin. En este contexto, y contrario a la política electorera, no todo se vale.

Un ejemplo claro de esta política lo da José Mujica, expresidente de Uruguay, en su participación en el documental Human, de Jan Arthus-Bertrand. Frente a la disyuntiva de comprar un avión presidencial o adquirir un helicóptero ambulancia para salvar vidas, su gobierno optó por lo segundo. Todas las decisiones de quienes gobiernan pudieran ser sometidas al mismo criterio de evaluación. Casos concretos y cercanos: construir un teleférico o arreglar las banquetas y pasos peatonales de la ciudad. Dar dinero a un equipo privado de futbol o establecer una estrategia eficiente de fomento al deporte. Entregar ayuda económica o en especie para paliar momentáneamente la pobreza y de paso tejer redes clientelares o construir una estrategia de desarrollo social y económico que permita a las personas dejar su estado de dependencia. Gastar en spots y espectaculares para hacer propaganda o brindar información de valor a los ciudadanos. Invertir en una obra o programa sin consultar a la ciudadanía o planear el gasto público sobre la base de un verdadero consenso social. Política electoral vs. política sin adjetivos.

Esta reflexión viene a colación por lo adelantado de los tiempos electorales que se viven en los tres niveles de gobierno. A uno, dos o hasta tres años de la elección, varios políticos que hoy ocupan un cargo público están tomando decisiones con la mirada puesta exclusivamente en los comicios que vienen. ¿A quiénes benefician estas decisiones? Lo más grave del asunto es que no hay -en la práctica y a veces ni en lo teórico- instancia política autónoma en la República, el Estado o el Ayuntamiento que los llame a cuentas por las decisiones que toman el presidente, los diputados, los senadores, los alcaldes y los regidores, y todos los funcionarios que participan con ellos. Y esto es, en parte, porque la mayoría de los partidos, dueños de la cancha democrática, están metidos en el mismo juego.

La pregunta planteada al inicio tiene qué ver con lo cíclico de la actividad política en México; la falta de construcción de acuerdos desde la base social -no desde las cúpulas- para la aplicación de soluciones, obras y programas; la ausencia de continuidad de dichas soluciones, y la nula generación de estructuras civiles que trasciendan el ciclo pernicioso y que rompan con la visión clientelista de la democracia. ¿En qué punto la política electorera se vuelve un obstáculo infranqueable para la política sin adjetivos? La respuesta la están dando quienes la ejercen en estos momentos. Bien vale la pena observar a detalle a quienes hoy aspiran a ser alcalde, gobernador o presidente bajo esta óptica para develar quién en realidad está actuando sólo para sí y su grupo o lo está haciendo por el bien de la mayoría de la sociedad.

Twitter: @Artgonzaga

E-mail: argonzalez@elsiglodetorreon.com.mx

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