Tiene razón Enrique Peña Nieto cuando previene a los cuadros de su partido, respecto a que la demagogia y el populismo son una amenaza para la democracia sin embargo, resulta curioso que se atreva a tirar la primera piedra al respecto.
El Presidente repitió un discurso que está en boga en todo el mundo, que da cuenta del desencanto de las sociedades frente a regímenes democráticos que han caído en el descrédito debido a la corrupción generalizada y los arreglos cupulares, hechos a espaldas de ciudadanos que son tratados como parias por gobiernos que sólo los toman en cuenta para el cobro de impuestos, y partidos que los van a ver cuando hay elecciones.
La situación entraña un peligro enorme, porque no tiene más salida que la propia regeneración del sistema democrático que exige del lado de la sociedad participación ciudadana y por parte de los gobiernos respeto a los derechos humanos, rendición de cuentas claras y elecciones en condiciones de equidad. El otro camino conduce hacia un populismo condenado a ser totalitario, cuyas consecuencias se advierten como bien dijo Peña Nieto, "en países que se mostraron como naciones democráticas y han dejado de serlo".
El desafecto o desafección es un fenómeno generalizado en el planeta, en virtud del cual se han impuesto la desintegración familiar y el distanciamiento del individuo frente a las estructuras sociales naturales y los sistemas de gobierno. A cuenta de ello, el hombre y la mujer de hoy día han ido perdiendo desde el sentido de pertenencia a una familia o la respuesta a una vocación profesional, hasta la identidad sexual y el respeto por la vida.
El desafecto por los partidos y el ejercicio de la política corren a la par de esas tendencias, lo que trae como consecuencia el debilitamiento y en ocasiones la desaparición de los organismos intermedios de la sociedad, lo que deja al individuo aislado e indefenso ante el poder del estado.
Peña Nieto emprende un movimiento pendular. Su acceso a la Presidencia es producto de una estrategia que apenas ayer, hizo del PRI un opositor ferviente y rayano en el populismo que atoró las reformas que el país tanto necesitaba y necesita. Doce años después ya en el poder, instrumenta las reformas deseadas por tanto tiempo cuando quizá ya se nos pasó el tren de la modernidad y con graves defectos que son producto de complicidades ancestrales con oligopolios, sindicatos y factores reales de poder de variada y cuestionable índole.
Una vez concluidas las elecciones federales intermedias y a dos años vista del inicio por la carrera al relevo presidencial, Peña Nieto avisora la emergencia de otro López Obrador o una nueva edición del mismo que ya conocemos, y frente a militantes de su partido envía un mensaje al público: O nosotros o el caos, con el riesgo de que los electores respondan: El caos.
El desenlace descrito con antelación puede evitarse. Queda la posibilidad de operar la regeneración, pero para que exista un régimen democrático es indispensable que haya demócratas. El estilo personal de gobernar basado en la aceptación de la corrupción como modo cultural y el manejo de la política económica y el gasto público para mantener el poder a cualquier precio, aplicando programas sociales que derivan en la compra de votos, muestran que el sistema priista no es vacuna ni remedio contra el populismo sino su causa y su efecto.
Se requiere también un pueblo en el sentido de que nos comportemos como una sociedad vertebrada en las clases medias, que sea capaz de generar una voluntad de gobierno a través de acuerdos.
La sociedad mexicana cuenta con partidos de oposición que hacen preguntarnos si tales instrumentos ofrecerán a corto plazo una mayor apertura o habrá que recurrir a las candidaturas independientes como última instancia. También nos preguntamos si como sociedad tendremos la capacidad de organizarnos y ponernos de acuerdo, o estaremos condenados a escoger entre el PRI y el caos.