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Presidente y Presidencia

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Uno y sólo uno es el presidente de la República a lo largo de un sexenio, pero no sólo una puede ser la Presidencia de la República que encabece durante su mandato.

Enrique Peña Nieto se ha resistido a reconocer esa posibilidad a lo largo de los últimos diez meses y, en su obcecación, suma desde entonces un error tras otro. Se adentra, así, en el callejón que amenaza ponerlo contra la pared. La flexibilidad y la capacidad para ajustar posturas en aras de alcanzar objetivos, mostrada al inicio, torna, ahora, en rigidez e incapacidad para responder a la circunstancia que lleva a una crisis con ribetes de debacle.

El momento es en extremo delicado. De entrada, exige ensayar otra Presidencia de la República. De salida, determinar con precisión el margen de maniobra. El momento reclama decisión y sacrificio. Si nada de eso aparece en el horizonte presidencial, al mandatario y su equipo queda la resignación ante el destino de una administración negada a constituirse en gobierno.

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Si desde septiembre del año pasado impunidad y corrupción se perfilaron como el peligro que amenazaba la posibilidad del gobierno, el presidente Peña Nieto y quienes lo encapsulan minusvaloraron el presagio. Luego, la adversidad económica y el malestar social revelaron signos ominosos sobre el curso de las reformas estructurales, donde la administración apostó su resto.

Tal minusvaloración llevó a la administración a ensayar medidas paliativas, reactivas o cosméticas que, lejos de atemperar o atenuar la circunstancia, la complicaron. No se supo encarar la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa ni la situación derivada de la Casa Higa que ocupa el mandatario y, ahora, el producto de la suma de errores coloca en un grave predicamento al presidente Peña.

Hoy, las reformas y las políticas implosionan y, de no actuar con profundidad, tino y velocidad, lo peor todavía está por verse.

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Las dos reformas estelares -la energética y la educativa- hacen agua y, en el colmo de la adversidad, la fuga del narcotraficante Joaquín Guzmán Loera dimensiona el fracaso de la política de seguridad pública. Falta por ver qué ocurrirá con la reforma político-electoral que, estando en la cabeza de muchos, no aparece en la boca de nadie... pero más de uno la mastica con dificultad.

El mercado del petróleo echó por tierra la ilusión que se llegó a imaginar en relación con la reforma: no aparece la fila de inversionistas, atentos a la apertura de la explotación petrolera al capital privado. El error de instrumentar la reforma educativa a partir del chantaje o la confrontación la vulnera día a día. Se creyó que la reforma se podía hacer no sólo sin los maestros, sino incluso en contra de ellos y el resultado ahí está.

Aunado a ello, el entorno internacional -el petróleo por los suelos y el dólar por los cielos- complicó la economía y el entorno nacional -la impunidad y la corrupción- complicó la política. Ante el cuadro, la administración adoptó la política del avestruz.

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Quizá la idea de que el país se podía mover a partir del solo acuerdo cupular de las dirigencias del gobierno y los partidos envenenó la posibilidad. Si bien la debilidad de los dirigentes de la oposición al interior de sus partidos favoreció el acuerdo con la administración, se exageró su alcance y, luego, se pervirtió su sentido.

La puesta en práctica de esa idea avasalló o corrompió al parlamento, desconsideró a los sectores afectados por las reformas y, por si algo faltara, se prestó escasa atención a los otros muchos motivos del descontento y el malestar social. Se creyó que el resultado de las reformas daría satisfacción a todos y la elección intermedia potenciaría a la administración. Se ignoraron, pues, el tiempo que tomaría aterrizar las reformas y el creciente malestar con cuanto ocurría. Se incurrió en el reiterado error de suponer que con sólo cambiar la ley en un país que no cree en las leyes, la realidad se ajustaría al deseo.

No fue así y el pacto político derivó en uno de complicidad. Si la oposición guardó silencio ante los muertos y los desaparecidos a causa del combate al crimen así como ante las casas del Presidente y de su secretario de Hacienda, en correspondencia la administración nada hizo contra los gobernadores del PAN y el PRD, Guillermo Padrés y Ángel Aguirre Rivero, que quizá deberían estar tras los barrotes. Si nada hizo contra ellos, menos lo iba a hacer contra los suyos... Fausto Vallejo, Rodrigo Medina, Eruviel Ávila...

La perversión del pacto político fue el banderazo de aprobación a la corrupción, al abuso del poder y a la asociación de crimen y política... y, en esa fantástica carrera, se anotaron no sólo los gobernadores señalados, también colaboradores del propio mandatario y más de un legislador.

La descomposición encontró pista donde correr.

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Hoy, el Presidente está obligado a ensayar otra Presidencia si pretende salvar la posibilidad de su gobierno así como la del país. Eso exige decisión, sacrificio y, sí, coraje.

Debe operar donde controla las variables y no donde no. No controla el mercado petrolero, no controla los hilos de la eventual recaptura de Joaquín Guzmán Loera como tampoco el entorno económico internacional, pero sí lo relativo a la Casa Higa, la negligencia y la corrupción de varios de sus colaboradores, la infame política de combate al crimen que sólo deja dolor en las familias y túneles en las cárceles y la posibilidad, a partir de las señales de recomposición que envíe, de entablar alianzas distintas a las que hoy lo atan y lo hunden.

La suma de errores cometidos los últimos diez meses es más que suficiente. Si hay, sí, coraje y convicción es preciso ensayar un derrotero distinto al seguido, aquel que exige cambiar la actitud propia para, entonces, con autoridad, reclamar lo mismo a los demás o, bien, prescindir de quienes han encontrado en la atmósfera prevaleciente la posibilidad de medrar sin ver por el país.

Rectificar no es dar muestra de debilidad, sino de capacidad de reconocer el error y corregir. No rectificar es debilitarse, creyendo lo contrario.

sobreaviso12@gmail.com

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