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Rápido y sin prisa

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Viene el recorte y la reducción de las expectativas. Viene el pleito por la dirección de los partidos, la coordinación de las fracciones parlamentarias y las comisiones legislativas. Viene la necesidad de replantear la administración como gobierno durante la segunda mitad del sexenio. Viene la sucesión en la rectoría de la Universidad Nacional. Viene la renovación de doce gubernaturas el año entrante que exigen ajustar el régimen electoral y que modificarán la correlación de fuerzas de cara a la sucesión presidencial... y, sin embargo, el gobierno y los partidos se empeñan en administrar el tiempo, en ajustar los acontecimientos a su agenda y capricho, no a la inversa.

Perder el tiempo no es administrarlo.

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En la lógica del gobierno y los partidos, reaccionar con prontitud ante los cambios que la circunstancia demanda es muestra de debilidad o nerviosismo y, entonces, como si el calendario y la agenda pendiente y por venir no contaran, hacen de la dejadez la prueba de su tranquilidad y entereza, aunque se oiga crujir el piso donde están parados.

Pretender que, pese a la urgencia, lo conveniente es sujetar la acción y el calendario al ritmo del capricho personal o el interés grupal, supone ignorar la situación prevaleciente y desconocer que la clase política está frente a un ejercicio de sobrevivencia.

La administración cuenta con unas cuantas semanas para diseñar la política frente a la adversidad económica en puerta, reajustar el gabinete e integrar, si lo pretende, un gobierno por lo que resta del sexenio.

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El gobierno y los tres principales partidos mostraron, a lo largo del primer trienio del sexenio y con un elevado costo político y social, capacidad de entendimiento -dicho con elegancia- para suscribir acuerdos cupulares entre sus dirigentes y modificar leyes, no para gobernar las reformas que emprendieron y relanzar al país.

En cuanto la política cupular rindió su fruto legislativo -en más de un caso, un mazacote-, la descompostura del país se intensificó y, a la fecha, la administración no ha conseguido erigirse como gobierno. Nada de eso, a partir de un pacto de complicidad y de silencio, la administración y los partidos evidenciaron practicar en su escala y proporción la corrupción como el modo acostumbrado de hacer política.

Creer que haber salvado el trámite electoral los coloca en un remanso y les da un respiro es una ingenuidad o una perversión política.

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De forma increíble y hasta ahora el recorte del gasto se ha recargado en el sector social, no en el despilfarro de recursos destinados al supuesto cuidado de la imagen del gobierno, la propaganda oficial o las cuantiosas prerrogativas de las que se siente merecedora la élite política.

Reducir el gasto en los servicios de salud es golpear a la sociedad donde más le duele, justamente en la salud. Es un agravio, uno más que vendrá en abono del malestar y el descontento social. Si el recorte aplicado en ese rubro es el anticipo de lo que viene, se puede asegurar que la descompostura del país, en vez de contenerse, aumentará y, en una paradoja, la idea de reconstruir el tejido social consistirá en acelerar su deshilvanamiento. Parece que no, pero siempre cabe la posibilidad de estar en una situación peor a la dominante.

Y si la práctica de la idea de "domar la condición humana" es tan sólo el ariete para cobrar venganza sobre el adversario odiado y eliminarlo, la confrontación y la polarización recuperarán el espacio que Vicente Fox y Felipe Calderón le concedieron. Malo eso, pero peor que quienes en verdad saquean los recursos públicos o transan con ellos advertirán la posibilidad de continuar en lo mismo, bajo el simple requisito de no cuestionar o desafiar a quien dicta la norma de conducta.

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Por esas razones asombra que el gobierno lejos de ajustar el gabinete, cubrir las vacantes clave, abrir el debate sobre la política presupuestal en puerta y actuar con prontitud, pero sin prisa ante la circunstancia, insista en inaugurar obras ajenas, presentar la maqueta de su anhelo, o bien actuar con el desgano de quien, con los brazos al piso, renuncia a ensayar algo distinto.

Asombra, asimismo, que los tres grandes partidos insistan en practicar la política de ombligo que los hace ver sólo para dentro y no para afuera de su estructura, sin acusar recibo del mensaje ciudadano enviado en la jornada comicial. Es increíble pero, pese al resultado electoral, esos partidos no cejan en tribalizar y trivializar su conducta.

Desde septiembre del año pasado, el gobierno y los partidos perdieron la iniciativa política y, desde entonces, practican una conducta reactiva no proactiva. Hacen lo de siempre sin reparar que la fórmula no funciona.

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Viene el segundo semestre plagado de desafíos en áreas, cuando no importantes, sensibles en extremo.

Ese lapso es reducido, sobre todo, al considerar que apenas despunte el año entrante la atención política se concentrará de nuevo en la lucha electoral porque, a partir de los resultados comiciales recién obtenidos, las posibilidades de los partidos de cara a la sucesión presidencial se cifrarán en la disputa por las gubernaturas en juego.

Los gobiernos de Aguascalientes, Chihuahua, Durango, Hidalgo, Oaxaca, Puebla, Quintana Roo, Sinaloa, Tamaulipas, Tlaxcala, Veracruz y Zacatecas estarán en juego, junto a sus ayuntamientos y diputaciones locales. Además de los comicios en Baja California.

Por lo que significan esas entidades para quienes se perfilan como precandidatos presidenciales, por el descontento social o la criminalidad prevaleciente en otras, o por el bastión electoral que suponen, la tensión de nuevo estará a flor de piel.

Es preciso actuar pronto, pero sin prisas. Encarar la agenda por venir en condiciones de malestar económico, descontento social e inestabilidad política no es un albur, es algo peor.

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PD: La convalecencia del presidente Enrique Peña Nieto obliga a desearle salud y torna impertinente comentar lo que significa decir que el Estado y la sociedad están domando la condición humana. Habrá oportunidad.

sobreaviso12@gmail.com

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