Realidad vs subjetividad por don Quijote
Una charla de homenaje a Cervantes, autor de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, me llevó a reconfirmar que el Renacimiento y la Modernidad nos enseñaron a ser subjetivos hasta la deformación óptica.
Con la acrisolada necesidad del hombre renacentista de reafirmar su identidad perdida, de confirmar su yo muchos siglos sofocado por el cristianismo, creó una confianza en sí mismo que de repente le impide ver que la realidad no es como la percibe.
Para aquella charla de homenaje a Miguel de Cervantes llevé unos párrafos del grandioso libro escogidos al azar. La recolección la hice así porque sé que en cualquier página se pueden encontrar pasajes de hechos e ideas jocosas.
Quiero decir que el Quijote, como concebido para entretener, es un libro divertido, ameno y definitivamente jocoso. En cualquier momento nos jala las comisuras de los labios hacia arriba o nos sacude los pulmones para sonreír y carcajear.
El caso es que quise armar un prólogo con aquella página. Antes de leerla para los asistentes a la charla que me miraban ávidos de conocimientos, les advertí sobre lo entretenido, festivo e hilarante que es el magno libro.
En seguida leí la página. Contiene aquel pasaje donde don Quijote encuentra en el fondo de una cueva a alguien no identificado. Le dice: “si eres alma en pena, dime qué quieres que haga por ti; que pues es mi profesión favorecer y acorrer a los necesitados deste mundo, también lo será para acorrer y ayudar a los menesterosos del otro mundo […]”
Por esas palabras de don Quijote yo esperaba, si no carcajadas, por lo menos alguna risa, porque, cómo que se dialoga con un alma en pena y cómo que se puede auxiliar a los menesterosos del otro mundo. En seguida Sancho responde y luego habla don Quijote.
“Don Quijote soy […]: el que profeso socorrer y ayudar en sus necesidades a los vivos y a los muertos”. (A mí sí me causa risa eso de ayudar en sus necesidades a los muertos. Tal vez soy un simple que se ríe por cualquier cosa, tal vez soy un Sancho Panza.)
Aunque las risas no brotaban y menos atronaban las carcajadas, seguí la lectura y llegué al párrafo donde habla Sancho para identificarse y dice: “juro, señor don Quijote de la Mancha, que soy su escudero Sancho Panza, y que nunca me he muerto en todos los días de mi vida”.
Lo último que dice Sancho, “nunca me he muerto en todos los días de mi vida”, ni siquiera dibujó sonrisas. Tampoco lo que ahora transcribo y me hace reír: “caí en esta sima donde yago, el rucio conmigo, que no me dejará mentir, pues por más señas, está aquí conmigo”.
Cómo no reírme de esas palabras con las que Sancho pone de testigo a su burro; cómo no reírse de alguien que dice que un burro intercederá para no dejarlo mentir. Con esa narración yo he reído a pesar de que ha sido mi enésima lectura. Ha de ser que soy tan simple como Sancho.
En conclusión, creí que porque a mí me hace reír el Quijote provocaría la risa de los demás. Eso es confiar hasta la deformación óptica en la propia subjetividad. No como yo veo una realidad la ven los otros. La subjetividad se colisiona con la realidad cuando se cree eso.
Pero así nos enseñaron a pensar, afortunadamente, el Renacimiento y la Modernidad. Gracias a la recuperación del subjetivismo la humanidad dejó atrás al periodo que llamamos medievo. La confianza en la subjetividad aportó la seguridad que permite crecer y avanzar.
Por eso, porque don Quijote cree en su yo, es indoblegable. Escuchemos su subjetivismo y su yoísmo: “[…] bástame a mí pensar y creer que la buena de Aldonza Lorenzo es hermosa y honesta; […] y yo me hago cuenta que es la más alta princesa del mundo. […] Y para concluir con todo, yo imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada, y píntola en mi imaginación como la deseo”.
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