¡Reborujo!
Los mexicanos nos sentimos orgullosos de los indígenas, mientras se trate de indígenas muertos.
Jorge Volpi
En 2012 el equipo de producción de la telenovela Abismo de Pasión grabó una boda en la Hacienda Poxilá, en el estado de Yucatán, donde una pirámide maya fechada de 700 A. de C. se apreciaba al fondo. En el mismo lugar fue la clausura del Primer Festival de Cine de Mérida y Yucatán, donde todos los que colaboramos en el evento e invitados asistimos a la majestuosa fiesta de clausura.
Al entrar, mi primera y más honesta impresión fue que no era una pirámide real, que era un escenario montado para resaltar el legado de la cultura maya de la que los Yucatecos presumen constantemente. Pero estaba equivocado, era real, ahí la teníamos al fondo del escenario. Entre cartelones de Heineken, entrega de premios, discursos, músicos, tequila y cerveza en exceso, entre fuegos pirotécnicos, teníamos esa pirámide como testigo de la 'fiestecita' que nos aventamos.
Al siguiente día, en un viaje a Chichén Itzá, tuve la suerte de tener de compañero de viaje a un arqueólogo yucateco, a quien cuestioné sobre la legalidad de haber realizado una fiesta a cinco metros de la pirámide. Resulta que no es ilegal; mientras no se construyan o se edifiquen estructuras sobre la pirámide no pasa nada, pero hacerlo es incluso pena de cárcel. La pirámide se puede expropiar si el Estado así lo decide, pero si está en propiedad privada, pertenece al dueño de la tierra.
Yo seguí, argumentando que si, efectivamente, no es ilegal, entonces al menos no es ético. Pero él me decía que si nos ponemos muy puristas, entonces no deberíamos realizar celebraciones en templos católicos porque también son monumentos de valor arqueológico y las visitas de la gente desgastan los templos (nota 1: la catedral de Mérida fue la primera en construirse en América continental a finales de 1500; nota 2: a la cumbre de Chichén Itzá ya no se puede subir por el desgaste que los turistas hemos realizado). Este alegato tampoco lo subscribo, porque quienes visitan las iglesias profesan la fe católica y es su lugar de oración, no van a enfiestarse dentro de la catedral sin saber el significado espiritual del lugar. El arqueólogo también afirmaba que, de alguna manera, la gente toma un poco de conocimiento de la cultura maya al estar al lado de una pirámide, incluso en una fiesta. Con esto tampoco estoy de acuerdo, pero a lo mejor es mi espíritu de estar en contra de los académicos y gente sobre estudiada.
La paradoja de la fiesta explicaba gran parte de nuestros sistema clasista: estábamos ahí, al lado de la pirámide, los mexicanos más blancos, servidos por los de rasgos más indígenas, la cotidianidad más explícita de nuestra estructura social a la mexicana.
En un discurso de hace muchos años, el Subcomandante Marcos decía, palabras más palabras menos, que los mexicanos visitábamos los sitios arqueológicos de la cultura maya, como si visitáramos una cultura muerta, sin siquiera darnos cuenta de su lucha por sobrevivir después de 500 años a un constante aniquilamiento cultural y que, a pesar de todo, su legado está presente y vivo, sobre todo en el sureste mexicano.
La palabra indio sigue siendo un insulto entre las clases acomodadas, las cuales se sienten descendientes de Cuauhtémoc, pero desprecian a sus colegas o competidores por tener la piel un poco más oscura, escribe Jorge Volpi.
Casi todos los mexicanos hacemos un peregrinaje alguna vez en nuestra vida para conocer Teotihuacán, Chichén Itzá o Monte Albán, se lo presumimos a los turistas extranjeros como un legado sin igual y así tratamos de encontrarnos con ese pasado indígena del que nos sentimos muy orgullosos, claro, mientras se quede en el pasado. Que no nos pongan a sus descendientes al lado de nuestra casa, ni siquiera dirigiendo los institutos que deberían de servirlos (cómo olvidar a Luis H. Álvarez, quien fue el designado de Felipe Calderón como comisionado del desarrollo de los pueblos indígenas).
Muchas dudas me quedaron sobre la ética de realizar la fiesta al lado de la pirámide, pero incluso pudo haber servido para ayudarme a no olvidar la clase de país que nos cargamos, basado en un racismo institucional y social, tristemente, demasiado arraigado.
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