Las noticias llegaban con años de atraso. Hoy es difícil imaginarnos la vida en un planeta así. De hecho la noción de planeta tardaría siglos en echar raíces. Pensemos en las conquistas de Alejandro Magno basadas en bosquejos que pretendían ser mapas. La cartografía como tal nace en la Edad Media. También el mapamundi. Y sin embargo el mundo modificaba su rostro sin cesar: conquistas, guerras, alianzas. Las fronteras como un referente estable siguen siendo imaginería pura.
En Checkpoint Charlie de Berlín, en Guantánamo o Tijuana, la palabra cobra sentido metro a metro. Sin embargo en muchos sitios, está más arraigada en la imaginación que en la realidad. El lindero entre Guatemala y México sigue a un río magnífico, señorial, caprichoso, nada que ver con la idea de trazo humano. Las fronteras son una invención. Las mojoneras de la Unión Europea son discutibles. ¿Acaso los mares? ¿E Inglaterra? El macizo continental continúa por la ruta de la seda hasta el lejano oriente. ¿Es acaso una definición cultural? Qué hacer con la influencia árabe en España, con Marruecos, con Turquía. ¿O será religiosa?
La OTAN lleva en su nombre una contradicción de origen. ¿Pertenece México a América del Norte? Pero si nuestras raíces culturales nos llevan a Mesoamérica que por cierto se desvanece a la mitad de nuestro territorio. Primero firmamos un tratado comercial con Chile, el símbolo. Después el norte, realismo puro. Y qué decir de Iberoamérica. Nos unen la conquista y el lenguaje, es cierto, pero a medias. Porque no fue sólo una conquista ni una lengua. Los portugueses hicieron lo propio y hoy pocos mexicanos hablan portugués y decenas de millones inglés. La bella isla de La Española, hoy República Dominicana y Haití, es ejemplo de lo recio que puede ser la cultura. Inventamos fronteras y con ellas nos inventamos destinos.
Pero con frecuencia detrás de esos destinos -en mucho artificiales- está una de las mayores fuerzas civilizatorias de la humanidad: el comercio. Firmamos la Alianza del Pacífico con Chile, Perú y Colombia: representa el 50 % del comercio exterior de América Latina. Pero el acuerdo es también una alianza política frente al Mercosur. Calderón y Peña lo impulsaron con más de un sentido. Hace unos días se llegó a un acuerdo comercial, el de mayor dimensión jamás concebido, el famoso TPP (Trans Pacific, Partnership). Partnership tiene una connotación de sociedad que va más allá del comercio. Son sólo 12 países de 193, que representan, sólo el 11.2 % de la población mundial, pero el 24 % de las exportaciones internacionales.
El mar hermana, no divide, decía don Carlos Bosch. Estamos ante una nueva frontera racional donde somos vecinos, por qué no, de Australia, Nueva Zelanda, Brunei, Malasia, Vietnam o Singapur. Comerciamos con Houston a 1,600 km. de CDMX, pero también con Santiago a 6,600. Melbourne está a 13,600, por qué no. A la Unión Europea la habitan poco más de 500 millones de seres humanos. El TPP nace con 800 millones. La mayoría de los países ya con bajo crecimiento poblacional cuando no con un decrecimiento suicida como Japón. Todo está en la balanza frente al gigante chino. El comercio del área ya representa alrededor de un 30 % más que el de la Unión Europea. Es una reinvención del mundo. Habrá dificultades, el TPP deberá pasar por los legislativos correspondientes y el comercio internacional siempre divide, se presta a posturas populistas enervantes como las de Trump. Canadá, Japón y Estados Unidos van a elecciones y el TPP será usado para las campañas de los opositores a los gobiernos en turno.
Pero miremos lejos. El mundo cambia todos los días. China ya rebasó a Canadá como el primer socio comercial de Estados Unidos. Qué lejos se miran las visitas de Kissinger a ese país. Cuándo hubiéramos imaginado que gracias a la apertura, las exportaciones de automóviles dejarían más dólares a nuestro país que las petroleras, las remesas y el turismo juntos. Por qué no mirar hacia delante e imaginarnos exportando pantallas planas a Vietnam, o automóviles a Malasia o fruta a Japón. El anuncio suena burocrático, pero recordemos la brutal potencia transformadora del comercio (recomiendo A Splendid Exchange de William J. Bernstein). Si se mira hacia el pasado el TLC con Estados Unidos, muy joven todavía, es un ejemplo claro para derrotar a los escépticos.
Imaginemos está nueva hermandad comercial como una gran oportunidad de seguir industrializando a México apoyados en las exportaciones, que hoy son ya un gran motor. Los costos de producción de México nos dan una gran ventaja. Los bajos precios de los combustibles son un incentivo para al comercio internacional. Si pasa el TPP tendremos otro gran impulso. Norte, Sur, Este y Oeste, todo está abierto para México. La reinvención de la geografía es también una reinvención de los destinos.