Relajarse para que la mente funcione mejor
El inventor más productivo de la historia, Thomas Alva Edison, acostumbraba trabajar al máximo de su capacidad y, en el cenit de su carrera, se procuraba además el apoyo profesional de personas muy competentes y perseverantes. No obstante, en ocasiones, los múltiples esfuerzos de Edison y su diligente equipo resultaban infructuosos. Entonces ese genio, que se ganó a pulso el reconocimiento mundial, decía: “Me parece que es hora de tomar una pequeña siesta”. Acto seguido, se encerraba en su oficina, y se acostaba en un sofá desvencijado, sucio e incluso con algunos resortes salidos (Edison ya era millonario, pero supersticiosamente se resistía a cambiar ese mueble). Al lado de ese pringoso sofá, siempre había un cazo. ¿Para qué? Pues para usarlo como despertador. Edison en la mano cercana al cazo cargaba un balín y tras unos minutos de sueño este se soltaba despertándole al impactar en aquel recipiente metálico. De inmediato, Edison volvía al trabajo. Él declaró que esa medida tan sencilla le fue de enorme utilidad en la resolución de muchos problemas. Ciertamente, el inventor norteamericano podría haber pronunciado a la manera de Arquímedes la palabra “Eureka”.
Y ya que hablamos de Arquímedes -la mente científica más portentosa de los tiempos clásicos- bien se sabe que cuando el mandamás de Siracusa le pidió una manera de comprobar si sus orfebres ponían realmente el oro que decían poner en las joyas que les mandaba fabricar, por más que se esforzó en encontrar la manera de comprobarlo no la hallaba y que sintiéndose tenso y fatigado quiso relajarse tomando un baño de tina. La bañera estaba rebosante y al introducir su cuerpo, aunque era esbelto por su frugal modo de vida, mucha agua se desparramó. En el calor agradable de esa bañera, Arquímedes, ya relajado, encontró inesperadamente la solución y -algo mil veces más importante- descubrió también el celebérrimo principio de la hidrostática que ha sido tan útil y fecundo para el desarrollo tecnológico: “El volumen desplazado de un líquido es directamente proporcional al volumen del cuerpo sumergido en el mismo”. Recordemos que fue tanta la alegría de ese sabio griego que corrió desnudo a avisarle al Tirano de Siracusa que ya tenía la manera de descubrir si la cantidad de oro en las joyas era la declarada por los orfebres. ¿Qué tienen en común las experiencias aquí narradas de Edison y de Arquímedes? En ambas situaciones exitosas la relajación tuvo un papel importante, sin duda esta fue el indispensable complemento a una serie de esfuerzos sumamente intensos.
Recordemos que Leonardo Da Vinci en su edad adulta jamás dormía varias horas consecutivas como lo hace el común de los mortales; él acostumbraba dormir solo 15 minutos por cada cuatro horas de trabajo. Investigadores como el neurólogo Claudio Stampi del prestigioso Instituto para la Fisiología Circadiana de Boston atribuyen a ese raro patrón de vigilia-sueño un papel destacado en su incomparable creatividad.
Si Edison, Arquímedes y Leonardo supieron sacar provecho de la relajación metódica como complemento a sus denodados esfuerzos, Einstein no se quedó a la zaga. Despejaba su prodigiosa mente dando caminatas y paseos, pero sobre todo entregándose al goce de la música. Su hijo mayor, Hans Albert, declaró: “Cuándo se encontraba en un callejón sin salida él tomaba refugio en la música”. La audición y la ejecución de obras maestras de la música clásica fortaleció al genio de Ulm y él mismo -con legítimo orgullo- afirmó que en la Teoría de la Relatividad había una belleza semejante a la de algunas de sus composiciones favoritas de Bach o Mozart. Tan seguro estaba Einstein del valor estético de su extraordinaria aportación teórica a la física que aseveró: “Difícilmente podrá escapar del encanto de esta teoría quien en verdad la haya comprendido”.
Relajarse, está probado, optimiza el funcionamiento de la mente. Relajémonos entonces tras trabajar con intensidad y compromiso para así vivir mejor.