En su más reciente viaje pastoral a las Islas Filipinas, el papa Francisco resumió la enseñanza que dejan los homicidios en Francia a raíz del ataque terrorista de la Yihad o guerra santa del Islam, cometidos a periodistas de la revista Charli Hebdo: "No se debe matar en el nombre de Dios; no se debe hacer burla de la fe religiosa de los demás".
En efecto, las ideas y las creencias en su diversidad están sujetas al análisis y al debate en pos de la búsqueda de la verdad, en un marco de absoluto respeto a las personas implicadas en el proceso. Es evidente que el derecho a la vida está por encima de la libertad de expresión o de cualquier otro derecho, pero en todo caso, el equilibrio entre el ejercicio del derecho propio y el ajeno no existe de por sí, sino que su construcción es responsabilidad de todos y cada uno de los involucrados.
El mensaje del Pontífice hace recordar el comunicado dirigido a la Asamblea Plenaria de las Naciones Unidas por el teólogo Hans Kung el 9 de noviembre de 2001, en el sentido de que: "No habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones; no habrá paz entre las religiones sin diálogo entre las religiones; no habrá diálogo sin estándares éticos comunes que conduzcan a la paz y a la justicia".
Lo anterior no significa que la religión sea la causa de la violencia, sino más bien, quiere decir que en su naturaleza el hombre es lobo del hombre y despliega una guerra constante por el poder, que la religión tiende a superar bajo el principio de que todos somos hermanos, por ser todos hijos de un mismo Padre.
No ha faltado quien culpe a las religiones de la violencia ancestral que marca la historia de la humanidad y proponga el ateísmo como solución como ocurrió el siglo pasado en el caso del sistema soviético. Sólo en Rusia y sus satélites, el comunismo marxista-leninista cobró más de cincuenta millones de vidas humanas de acuerdo a la estadística de Alejando Solzhenitsyn, disidente y crítico del sistema que obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1970.
El argumento falaz que declara el fracaso de las religiones porque no han sido capaces de erradicar la violencia del corazón de los hombres, es oponible por igual al agnosticismo y al ateísmo tanto en la antigüedad como durante la modernidad emergente de la Revolución Francesa y hoy día, en la era postmoderna.
Desde la antigüedad hasta nuestros días la falta de un referente religioso lleva al gobernante a usurpar el lugar de Dios y como consecuencia, a sentirse dueño de vidas y haciendas a exigir pleitesía y en último término a negarse a rendir cuentas de su gestión. En el caso de las Religiones que proceden de la Biblia, los judíos se proclaman pueblo elegido llamado a prevalecer sobre las demás naciones de la Tierra. El Islam surge de la predicación de un caudillo reconocido como profeta por sus seguidores, algunos de los cuales sostienen la Guerra Santa contra los infieles como un deber de sumisión a la voluntad de Dios.
El cristianismo se aparta de la concepción integral de política y religión, y propone separar al poder temporal del espiritual en cumplimiento del mandato de Jesús, en el sentido de dar al César y dar a Dios lo que a cada uno de ellos corresponde, (Lucas 20,25).
La construcción del Reino de Dios opera por vía de participación de los fieles cristianos en los asuntos de la comunidad, que ajustan su voluntad y sus acciones a la voluntad de su Creador, para ser Sal de la Tierra y Luz del Mundo (Mateo 5, 13-14), lo que implica el abandono de la política como búsqueda del poder terrenal por parte de la Iglesia institucional, como resultado de la apertura incluyente del Dios de la Biblia a todos los pueblos de la Tierra, por medio de Jesucristo.
Lo anterior supera la legislación basada en el derecho divino y deja en manos del cristiano de a pie su participación en política en aras del bien común de la sociedad, bajo un principio de responsabilidad que se basa en el albedrío a partir del cual, los hombres y los pueblos son libres de reconocer lo que en el orden social, hace coincidir las aspiraciones humanas con la voluntad de Dios.
