Ser sagaz, innovador y valiente son cualidades necesarias para ejercer la política. Para ello en mucho ayuda la juventud. Los que participan en esta actividad deben hacer gala de éstas para conquistar el interés del electorado, de otra manera su discurso perderá interés y será repetitivo e intranscendente. La juventud que se requiere en la política ha de ser fresca, no ficticia, sino sincera y honesta. Tiene que expresarse en energía creadora.
El asunto es de actualidad. En todo el mundo, y desde luego en México, hay un urgente reclamo por desechar respuestas gastadas e incluso insistir en ensayar nuevos sistemas y paradigmas del gobierno.
En México la urgencia de renovación tiene al menos tres facetas: por una parte, se vive el deterioro del prestigio de las principales fuerzas políticas. No sólo se trata de la drástica baja de credibilidad en los partidos o en sus líderes que ellos mismos se han echado encima por su provocadora inacción. Con su desatención a los problemas nacionales más importantes y su descarada voracidad, ellos mismos han construido su agudo desprestigio.
En segundo lugar, está en la incapacidad que los partidos han exhibido para satisfacer innúmeras demandas de la población. Más que los avances en ciertos temas como económicos, administrativos, en las áreas de educación o seguridad, los partidos se han mantenido ineficaces y culpablemente inactivos.
En tercer lugar, la urgencia de renovaciones se manifiesta en la falta de la actividad productiva de la población. La lucha por mantener altos niveles de empleo a través del comercio exterior está lastrada por la falta de directivas gubernamentales hacia nuevas áreas de exploración y consumo, la producción insuficiente de la comunidad mexicana explica que registremos importaciones de productos que debemos cultivar y elaborar en casa y falta de orientación para el engranaje económico desperdiciando los recursos naturales con que contamos.
El tema más acucioso es la educación. El estado al que ella ha llegado es el resultado de décadas que se le relegó a un segundo plano ya que no era importante para el sistema político nacional.
Carecemos de la base cultural homogénea sobre la que hay que construir una comunidad articulada y consciente orientada al progreso y el bienestar. Hacerlo tomará dos o tres generaciones. La espera es larga y la desazón seguirá alentando la expansión de asociaciones criminales organizadas que obstruyen el funcionamiento del aparato político.
El crecimiento nacional se encuentra atorado y el gobierno está en una etapa de profunda ineficiencia. No se requieren más estudios o diagnósticos, ya hay toneladas o quilómetros de ellos. Ninguno puede sustituir la realidad de la educación y la seguridad que son puntos inevitablemente indispensables.
Desatender estos dos rubros nos acercaría al día en que el potencial nacional que esas áreas todavía encierran estallen en desórdenes rompiendo el estado mexicano tal como hoy lo conocemos.
De agravarse la crisis que actualmente se incuba en el sistema político mexicano y el sistema presidencialista en que éste se apoya, ya no será eficaz para articular la precaria relación entre el gobierno y nuestra inquieta sociedad civil. No se remediará ni con nuevos "acuerdos" o pactos interpartidarios. La ineficacia del gobierno no encontraría solución en la revocación del mandato que sólo introduciría un elemento caótico dentro de una estructura fracturada.
Los temas que se nos han acumulado tienen raíces internas sumadas a las inestabilidades del escenario internacional. Requieren evaluaciones acertadas con propuestas claras. Conocimientos, experiencia y valentía en los líderes. Ninguna de estas virtudes caracteriza al típico político nacional.
Necesitamos de líderes con asentada madurez y entrega juvenil en cada uno de los tres partidos emblemáticos del país. No los hay a la vista, quizá porque se han entregado a los conflictos internos que creyeron más importantes y que son tan superficiales en comparación con la gravedad de la coyuntura social y mundial. En lugar de eso, debieron evaluar las razones por las que el país cayó en las ineficiencias actuales y proceder a idear fórmulas para extraernos de ellas. Necesitamos líderes que sean jóvenes de espíritu. Lo que no necesitamos son jóvenes que en realidad sólo son viejos, ni viejos que ofrecen lo que ya pasó.
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