Son muchos los ciudadanos que detestan a los diputados de representación proporcional. Miles han plasmado sus firmas solicitando su radical desaparición, pero sin éxito.
Consideran que los plurinominales son diputados que representan a los partidos, no a los ciudadanos. Pasan en automático y el criterio para su nominación no tiene nada que ver con sus méritos, talentos, trayectorias o capacidad competitiva. Dichas listas suelen estar ocupadas por liderazgos de partido que no quieren arriesgarse a perder en un distrito, parientes, compadres, hijos y novias de poderosos, artistas y cómicos de moda, y muchos impresentables corporativos que llevan votos o dinero a los partidos, y que jamás ganarían un distrito de mayoría. Y eso sucede en todos los partidos.
Me parece que los diputados de representación proporcional juegan un papel importante en las democracias modernas: ayudan a dar lugar a partidos pequeños que por sí mismos no lograrían ganar un distrito de mayoría, pero representan corrientes de opinión en un segmento significativo de ciudadanos. También sirven para llevar al Congreso gente especializada en distintos temas que nutrirán las diversas comisiones, pero quizá no son duchos para la arenga pública. Sin embargo, tales objetivos han sido desvirtuados en México, como casi todo lo que tocamos aquí (o sin el casi).
Hay varias trampas en lo que toca a los plurinominales que bien se podrían corregir para ser más funcionales, y someterlos a la decisión de los ciudadanos. A) Podrían reducirse de 200 a 100, sin alterar su función básica. B) Actualmente prevalece hasta un 8 % de sobrerrepresentación en los partidos mayores, lo que distorsiona en no pequeña medida la representación exacta de votos frente a curules. Habría que eliminar dicha sobrerrepresentación, que ya no tiene sentido, para dar una representación exacta a cada partido. C) Antes había dos boletas distintas, una para diputado de mayoría y otra para los de representación proporcional, lo que permitía votar por el candidato favorito de mayoría y analizar las listas plurinominales y, de no ser satisfactorias, votar por las de otro partido (o de plano anularlas, si ninguna resultaba convincente). D) En países democráticos las listas plurinominales son abiertas, de modo que el elector elige a cuál candidato le da su preferencia: son los electores los que eligen qué lugar ocupará cada candidato, no el partido. E) Al aprobarse la reelección legislativa se decidió que también los plurinominales, pese a no hacer campaña directa en los distritos, podrán reelegirse, quedando dicha decisión no en los ciudadanos, sino en los partidos. Los pluris no debieran tener derecho a la reelección, salvo si hubiera listas abiertas.
De cambiar esos puntos se daría a los ciudadanos mayor decisión sobre los diputados plurinominales y obligaría a los partidos a poner más cuidado en sus candidatos de esta pista. Pero tal y como están las cosas, son los partidos -para variar- los que imponen sus decisiones a conveniencia propia y no de los ciudadanos. De tal manera que incluso quienes detestan a los diputados plurinominales, al votar por su candidato de mayoría, en automático validan la lista de representación proporcional, dándoles pase automático. Una opción para quien rechace a los plurinominales es anular la boleta completa para diputado federal -y así negar su respaldo a los pluris que van en automático-, y hacerlo hasta que la legislación cambie en el sentido aquí propuesto (o parecido). De haber un voto nulo muy amplio y nutrido, los partidos se verían obligados a modificar las normas que regulan a los diputados plurinominales (entre otras cosas). Quienes buscan la racionalización de los diputados plurinominales -o incluso su desaparición- tienen pues una opción para presionar a los partidos para que hagan algo al respecto. En cambio, de votar por cualquier partido, darán su aval a los plurinominales además de fomentar que las prácticas sobre esta figura sigan siendo la burla que han sido.
