Tragedia. Decenas de migrantes viven en condiciones deplorables; con sus pocas pertenencias improvisan desde un espacio para dormir a la intemperie hasta un altar a la Virgen de Guadalupe.
Es una casa: color rosa empalagoso, de columnas romanas y cúpula de vidrio, la que recuerda la diferencia entre unos y otros. Entre Luis y un puñado de gente adinerada que vive en un lugar llamado Terrazas, a la orilla del mar.
"¡Da un pin... coraje!", dice, no el hecho de no vivir en ella, porque al final, Luis siempre ha estado acostumbrado a la pobreza y no envidia vivir en una mansión. La casa le recuerda el trabajo que tuvo dos décadas en Estados Unidos, en la construcción. Por eso el coraje, cada que voltea a la izquierda y lo encandila ese rosa chillón que remueve recuerdos.
Luis vive a la intemperie en un lugar al que llaman El Cañón del Muerto, un cerro pronunciado, el punto más alto de la frontera entre Tijuana y San Diego, California. Vive entre territorio "pollero" y una de las colonias de mayor plusvalía de la ciudad.
En El Cañón del Muerto ni las autoridades mexicanas se adentran. No quieren perturbar el negocio de los "polleros", que viven a la espera de que suba la brisa del mar y vuelva invisible la barda de metal que separa México de Estados Unidos.
TERRITORIO 'POLLERO'
No hay acceso en automóvil al Cañón del Muerto. Para llegar hay que pedir permiso a un velador de un predio terregoso, que es la entrada a ese cerro donde viven decenas de migrantes que están de paso, esperando la brisa.
A lo lejos un hombre mira con unos binoculares, vigila nuestros pasos. Dice que se llama Arturo, que lo contrataron para cuidar la entrada del predio, porque una inmobiliaria en unos años construirá algunas casas.
Más tarde, un grupo de indocumentados me dirá que Arturo es uno de los "polleros", que trae pegados los "miralejos" para impedir la entrada a extraños, salvo aquellos que otro "pollero" haya conectado en la puerta de deportaciones.
Arturo -chaparrito, piel color cobre, de unos 25 años- cuenta que todos los días en El Cañón del Muerto hay que estar alerta. Sobre todo desde que la Patrulla Fronteriza instaló un campamento permanente del lado estadounidense.
Si quieres cruzar hay que implementar nuevas estrategias: El Cañón del Muerto se ha convertido en el punto de cruce de migrantes en Tijuana, ante el reforzamiento de la frontera que implementó en la última década el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos.
Arturo decide convertirse en nuestro guía. Nos marca el camino más seguro -donde la tierra no se desprenderá, mandándonos directamente al vacío-, un sendero que llega hasta la cima del cerro, hasta El Cañón del Muerto.
Durante el trayecto, hombres de ojos tristes, que abrazan mochilas y llevan los tenis destrozados nos interceptan en el camino. Preguntan directo: "a dónde van"; estos migrantes no quieren que una cámara y una grabadora invadan su frágil privacidad.
Dos kilómetros de ascenso y llegamos a un asentamiento con unas 20 casas con cimientos de cartón y techo de lona. Están instaladas en la barda oxidada, que separa dos países.
Algunos cuentan que para no contaminar, estiran la mano y meten por las rendijas de la valla que se está cayendo a pedazos, su basura del lado estadounidense: aguas, botellas de coca cola, bolsas de papas fritas.
En la barda los "polleros" erigieron un altar. Arturo cuenta que sus compañeros son muy religiosos y antes de cada cruce, hay que hacer oración a la Virgen de Guadalupe, con el grupo de personas que intentarán cruzar.
El altar es sostenido por unos palitos de madera, lo recubrieron con lonas blancas; para hincarse a rezar extendieron un par de pedazos de alfombra. Una caja de cartón para fruta, sirve para que los migrantes dejen sus ofrenda: veladoras y estatuillas de Jesús.
Ahí en la cima del Cañón del Muerto contrastan esas casitas con la espectacular vista al Océano Pacífico, y las grandes casas de la exclusiva colonia Playas de Tijuana.
"A pesar de todo mexicano, 100 por ciento raza", talló algún migrante antes de partir a Estados Unidos en la barda. Otros grabaron el nombre de su esposa o sus hijas, y la promesa de regresar.
Del otro lado nos mira un par de agentes de la Patrulla Fronteriza, que dan un recorrido a un grupo de estudiantes caucásicos, por la ruta migrante. Tratamos de hablar con algún universitario, a través de un hoyo en el muro. Se asustan y suben rápidamente a su camión para continuar el tour.
ESPERANDO LA NEBLINA
Cuando Luis cruzó por primera vez a Estados Unidos hace una década, lo hizo por Tijuana. En ese entonces una perra mestiza de pelo tieso y mirada amigable parió a siete perritos: "La Güerita".
El deportado recuerda muy bien a la "Güera" porque sufrió durante el parto, lloró y lloró. "Mira, y aquí estamos la Güera y yo". Luis duerme en la tierra, sin cobijas y sobre un cartón. Diez años después anda otra vez con la perrita. Fue deportado en julio de este año, y recordó que la primera vez que cruzó lo hizo por el mar. Así que el día de su deportación caminó unas cinco horas hasta la playa.
No recordaba nada de Tijuana, pero cuando vio a la perrita supo que había llegado al lugar indicado. Ahí seguía la Güera.
"Y vivo aquí desde entonces, pero yo no he querido construir porque yo ya me voy, al menos eso me repito todos los días. Construir lo hacen los que se quedarán mucho tiempo, y me rehúso a pensar eso, por eso prefiero dormir a techo pelón", dice.
Dice que hace 10 años en El Cañón del Muerto, prácticamente no vivía nadie, ni tampoco existían esas mansiones que ahora le recuerdan lo injusta que es la vida: "Yo le ponía sus marcos, sus tejas a casas igualitas en Estados Unidos".
Se dice que la casa rosa pastel era de Juan Gabriel, y que en su interior aún cuelga de una pared un cuadro original de la diva de México, María Félix.
Esta semana cruzará a Estados Unidos, el problema es que la neblina no ha estado densa. Vive a la espera de que el mar le haga el favor.
EN EL LIMBO
Los primeros días de marzo de 2015 el ayuntamiento de Tijuana desalojó a más de mil migrantes que vivían en El Bordo; aprovecharon las lluvias de temporada y el lugar quedó vacío.
El Bordo es un canal de aguas negras, que sirvió desde finales de 1970 como refugio para aquellos que fueron expulsados de Estados Unidos. Vivían entre basura e incluso cavaron hoyos para dormir debajo de la tierra, en su desesperación por que las autoridades no los extorsionaran o golpearan.
El Bordo también se había convertido en el principal "picadero" de la frontera: los cárteles de la droga capitalizaron la depresión de los deportados, enganchándolos en la heroína y el cristal, entre otras drogas.
El Bordo, que se encuentra en territorio a cargo de la Comisión Nacional del Agua, se había convertido en el punto de encuentro entre migrantes, "polleros" y traficantes. Luego del desalojo y los operativos que ha implementado la Policía Federal para evitar su reingreso, se retomó una ruta que fue utilizada en 1970.
El Cañón del Muerto fue el punto de cruce en esos años, sin embargo tiempo después los migrantes y el cruce se focalizaron en El Bordo.
Hoy El Cañón del Muerto se ha vuelto otra vez la principal ruta migrante, donde viven los deportados en su intento por ingresar a Estados Unidos. Al menos 100 personas duermen ahí cada noche. Hay otros que se atoraron y tal vez nunca salgan del Cañón del Muerto, como Abner, un hondureño de 32 años, que luego de viajar durante un mes en La Bestia llegó a Tijuana. Una noche esperó a que subiera la neblina, pero era tan densa que no calculó el brinco a la barda.
Se fracturó el pie y, como es hondureño, tiene miedo de ser deportado, así que aguanta el dolor, con una muleta vieja que le regalaron. Quiere cruzar hacia Estados Unidos, pero no puede, la Patrulla Fronteriza lo agarraría. Vive de la comida que le regalan otros migrantes que duermen a su costado.
Dice que su papá, Mario Barrios, era un pescador que se perdió en el mar cuando pescaba tiburón. Se compara con su padre, dice que él ya está perdido en El Cañón del Muerto.