Durante algunos años, quizá en el transcurso de la última década, ha sido común que observemos caminar por las calles o ubicarse en los cruceros de éstas y los estacionamientos de autos en supermercados, a personas o pequeños grupos de personas de expresión precaria o paupérrima que nos extienden sus manos para pedir dinero, ofrecernos algún "servicio" rápido de limpiar el parabrisas, limpiar el auto con una franela, algún malabar con bastones u otro objeto, el gesto o la gesticulación que pretende hacernos reír disfrazado de payaso, la lamentable vista del tragafuego, o la venta de algún "bien" como fruta entera o en trozos, chicles, semillas, artesanías y demás objetos creados por él o que busca revenderlos.
Podrá decirse que esto siempre ha ocurrido, pero también si recordamos otros tiempos atrás podríamos coincidir en que este "desfile" no era tan acentuado como recientemente sucede; algunos dirán que esto obedece a que la población ha crecido o que son más los que salen a las calles no a buscar trabajo porque en la recolección de basura que puedan vender, como el pet, aluminio, papel o cartón, han encontrado un "oficio" como lo hace el bolero, el paletero, el frutero u otra forma de "ocuparse" en la llamada economía informal.
También la composición de esta población ha variado: niños, ancianos, discapacitados, indígenas, migrantes, mujeres con sus hijos cargados en brazos o parados y desplazándose en los camellones y las aceras de las calles y bulevares, que si hacemos un recorrido por diversas arterias de nuestras ciudades tendríamos que anotar porque difícilmente retenemos en la mente la cantidad de personas, los "oficios o actividades" que realizan, su composición étnica, de género, edad, condición física, etcétera, que les distingue.
Se requiere un estudio sociológico de esta población que obviamente vive en condiciones de pobreza, puesto que de no tener esa necesidad, o quizá por no poder acceder a un trabajo formal presente dificultades para desempeñarlo por las condiciones descritas o que simplemente carezca de las habilidades o capacidades que le demanda, aunque también gran parte de dichas personas no reflejan que la condición en que se encuentran sea reciente, porque perdieron el empleo o por alguna u otra razón "se vinieron a menos", denotan una precariedad acumulada con el tiempo, un deterioro humano que los expulsa diariamente de sus casas para sobrevivir, y quizá algunos de ellos ni siquiera la tengan.
Lo cierto es que si revisamos las estadísticas de pobreza en México, los estados de Durango o Coahuila, o de los municipios de la Comarca Lagunera, nos asombraremos la cantidad de personas que viven, o más bien sobreviven en condiciones de pobreza, y dentro de esta de pobreza moderada o extrema. Los informes del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), quizá los más reconocidos como confiables en nuestro país sobre esta materia, nos muestran la seriedad del fenómeno.
En su último informe de 2014 que contempla datos hasta 2012, en México había 52.8 millones de personas en condiciones de pobreza equivalentes al 45.5 % de la población total, de los cuales 11.5 millones de personas, el 9.8 %, estaban en pobreza extrema; es decir, uno de cada diez mexicanos se encuentra en condiciones de sobrevivencia mínima, con carencias severas de alimentación, vivienda, educación, servicios públicos, quizás en forma similar a los habitantes de países pobres como Haití o alguna nación africana.
A nivel del estado de Coahuila, en 2012 había 779 mil pobres, el 27.9 % de la población total, de los cuales 92,700, el 3.2 %, se encontraba en pobreza extrema; o en Durango eran 858 mil en condiciones de pobreza, el 50.1 %, de ellos 128 mil en pobreza extrema, el 7.5 %. Al parecer a nivel municipal los datos son de 2010, donde se observa que en los 15 municipios de la Región Lagunera teníamos 546 mil pobres, el 36 %, de los cuales 73,931 estaban en pobreza extrema, el 4.88 %, destacando como municipio más pobre San Juan de Guadalupe con el porcentaje mayor de pobres del total (76 %) y Torreón y Gómez Palacio con la cantidad mayor de pobres, 171,873 y 122,292 personas, respectivamente.
La evidencia diaria de pobreza que se observa en las calles y otros espacios públicos, esto sin ver o saber las condiciones en que viven o sobreviven donde moran al concluir sus jornadas, y las estadísticas de Coneval, nos llevan a preguntarnos: ¿en qué momento se multiplicó la pobreza de nuestros connacionales?, ¿qué provocó tal precariedad que inhibe sus capacidades humanas?
Lo que sí es evidente es que el modelo de desarrollo, o quizá sólo podríamos decir de crecimiento y no desarrollo, no muestra los resultados que nuestros expertos en economía o las élites políticas nos dicen en sus discursos, porque no puede aseverarse tal éxito cuando se excluye a casi la mitad de la población mexicana del acceso a condiciones básicas de vida.
Ciertamente, tales condiciones no son iguales en cada estado, región o municipio, ya que puede haber factores específicos o puntuales que marquen la diferencia, como ocurre en La Laguna que ha resentido sequía de inversiones, en parte por el centralismo adoptado por los gobiernos estatales que los liderazgos empresariales o políticos locales no han podido cambiar, por condiciones naturales, comportamiento de los mercados o debido a las especializaciones productivas que adoptan, o por otras razones.
Lo cierto es que el modelo de crecimiento económico ha sido excluyente para una parte importante de los mexicanos, quienes se han convertido en los saldos del neoliberalismo impulsado desde el gobierno central desde hace casi cuatro décadas, quienes forman parte de toda una generación perdida, algunos de ellos, no pocos, que incluso absorbió el crimen, para quienes ha sido una etapa desafortunada de nuestra historia, pero que a todos nos ha afectado.