Titanes. Julio y su hiha María con el también fallecido Gabriel García Márquez; encuentro de dos titanes.
A Julio Scherer García el periodismo lo tomó por asalto. En uno de esos momentos que cambian para siempre la vida de los hombres. A él llegó por necesidad. Y para siempre hizo de él su necesidad. Nunca más pudo desprenderse del oficio.
Su biografía en el periodismo, la única que reconoce, comenzó hace 60 años. Scherer era un joven a punto de cumplir 21 años que había transitado de las leyes a la filosofía, su pasión intelectual junto a la literatura. A ellas pretendía dedicar su vida, consagrada hasta entonces al deporte y la lectura, voraz ya desde entonces. Pero un golpe de timón obligó el cambio de ruta.
Familia de posición y dinero, los Scherer García enfrentaron un desfalco que los llevó a perder todo. Hasta aquella famosa casa de la plaza San Jacinto, en San Ángel, donde hoy se encuentra el Bazar de Sábado.
Scherer, el menor de los tres hijos, tomó la responsabilidad de la familia. Había que trabajar para sobrevivir y contribuir al pago de deudas. Más por casualidad que por vocación en ese momento, Scherer llegó a Excélsior. Su padre, Pablo, era amigo del gerente general del periódico, Gilberto Figueroa, socios los dos del Club de Leones.
Por intervención de Figueroa, Scherer consiguió una cita con el entonces director de la segunda edición de Últimas Noticias, Enrique Borrego. Acudió con su hermano Hugo y salió con su primera orden de trabajo: una entrevista con un músico checo de cuyo nombre ya nadie se acuerda, y que entonces se encontraba de visita en la ciudad de México.
Hasta entonces, la única incursión de Scherer en el periodismo había sido como jefe de la sección deportiva de un periódico estudiantil de fugaz aparición, en el colegio jesuita Bachilleratos, donde cursó secundaria y preparatoria.
Así llegó Scherer a la Extra, el nombre que la segunda edición de Últimas Noticias ganó por ingenio de los voceadores, y donde muy pronto destacó como un joven redactor, en una vieja redacción de veteranos del oficio.
Dos años pasaron antes de que Scherer comenzara a firmar sus primeras notas, a principios de 1949, como reportero asignado a la fuente educativa y de vez en cuando enviado por el vespertino a cubrir algún desastre o información especial.
Como su manía por las uñas, no pasaron desapercibidos su estilo, su pulcritud en el trabajo y sobre todo, su formación cultural y académica. Como pocos periodistas entonces, Scherer había adquirido una formación académica que seguía enriqueciendo al asistir como oyente a algunas clases de Escuela de Filosofía de Mascarones, no obstante el trajín del oficio y las largas jornadas en la redacción.
Educado bajo la mano firme de una madre que le inculcó principios, moral, disciplina y buenas maneras, Scherer destacó también en su trato con la gente, siempre respetuoso y cada vez más seductor al paso de los años. Algo en él encantaba, recuerdan quienes lo conocieron entonces. Aunque a veces en su personalidad se confundía la timidez con la soberbia. Desde entonces, poco hablaba de su vida personal, si acaso alguna anécdota compartida con los más cercanos, siempre unos cuantos.
Al correr la década de los cincuenta, Julio Scherer ya se había enfilado como uno de los mejores reporteros de la Extra, asignado en ocasiones a la fuente de Presidencia.
De su honradez comenzó a hablarse dentro y fuera de Excélsior. "El Mirlo Blanco", le llamaron. Entre la incredulidad y la burla, poco a poco se impuso el respeto hacia él, en un periódico dominado por la leyenda negra del periodismo: Carlos Denegri, el hombre que tasó con precio alto sus columnas.
Sus pasiones periodísticas también emergieron en esa época: los pintores muralistas que dominaban el escenario del arte y la política, Siqueiros y Rivera, Tamayo, los escritores y políticos como Vicente Lombardo Toledano y Lázaro Cárdenas, con quien llegó a establecer una estrecha amistad.
Nueva sangre llegó a la Extra a finales de los años cincuenta: Eduardo Deschamps y Miguel López Azuara. Los "jefes" se llamaban entre sí y con Scherer, quien pasó a "la grande", la redacción matutina de Excélsior, en 1962.
Paralelo a su labor como reportero de la fuente política, en la Cámara de Diputados y en Presidencia más tarde, destacado ya por sus entrevistas y reportajes, Scherer incursionó en la columna política con Manuel Becerra Acosta y Alberto Ramírez de Aguilar. Desayuno, se llamaba aquel espacio firmado por Julio Manuel Ramírez, que se publicó los domingos en la primera plana del Excélsior, de 1959 a 1965. Nunca más volvió a practicar lo que él llama periodismo de escritorio.
EL GRUPO
Fue en el transcurso de los años sesenta que en Excélsior se consolidó un nuevo equipo. A los jóvenes veteranos como Ramírez de Aguilar, Becerra Acosta, Deschamps, Azuara, Scherer, Hero Rodríguez Toro, Ángel Trinidad Ferreira, se fueron sumando Gustavo Durán de Huerta, Arnulfo Uzeta, Armando Rivas Torres, Jorge Villa Alcalá, Arturo Sánchez Aussenac, Lepoldo Gutiérrez, Manuel Arvizu, Pedro Álvarez del Villar, Manuel Mejido, Miguel Ángel Granados Chapa, Samuel del Villar, entre muchos otros.
Unos antes, otros después, al final todos conformaron un grupo dentro de Excélsior, una especie de partido político que se enfrentó a los viejos intereses dentro del periódico.
Junto a otros del grupo, a Scherer lo llamaron rojo, comunista, y en alguna ocasión -1960- hasta lo sancionaron por firmar un desplegado en favor del movimiento ferrocarrilero. Pero ni una cosa ni la otra. Es más, a la fecha nadie ha podido ubicar a Scherer por su ideología. Lo pretenden de izquierda, demócrata cristiano, simpatizante de la teología de la liberación, cercano a jesuitas por formación. Los moldes son muchos y en ninguna cabe.
Dividió el periódico en dos bandos, a la muerte del histórico director Rodrigo Llano, en 1963 llegó a la dirección del periódico Manuel Becerra Acosta padre, comparado dentro de Excélsior con Juan XXIII por los aires de renovación que dejó correr en la vieja "catedral del periodismo".
Con él subió a la subdirección editorial Julio Scherer, quien comenzó a organizar la página editorial y a llamar a nuevos colaboradores. Arrancó una nueva etapa en el quehacer periodístico de Excélsior, que se consolidó con su llegada a la dirección del periódico, en 1968.
Lo demás es historia conocida.
— ÁNGEL TRINIDAD FERREIRA, Periodista