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Sentadas frente al diablo

LAS MUJERES ERAN OBLIGADAS A TENER ENCUENTROS SEXUALES HASTA CON 50 HOMBRES POR NOCHE

Centro. La mayoría de las mujeres explotadas sexualmente en México provienen de Centroamérica.

Centro. La mayoría de las mujeres explotadas sexualmente en México provienen de Centroamérica.

AGENCIAS

Esta tarde, Marcela volverá a ver al hombre que la enamoró a los 16 años y para poner a prueba su cariño la obligó a prostituirse hasta con 50 hombres cada noche. El encuentro sucederá seis años después de la última vez que estuvieron bajo el mismo techo, en los juzgados del Reclusorio Sur, en la ciudad de México, cuando en pleno juicio por el delito de trata de personas, él pasó su dedo índice por el cuello para mandarle un mensaje que casi la desmaya del miedo: si me encarcelan por tu culpa, te voy a matar.

Su cita ocurrirá en unas horas. Es mitad de enero de 2015. Marcela se levanta de la cama antes de que suene su alarma, pues la angustia le espanta el sueño. Camina a su clóset y saca la ropa que días antes eligió para su cita. Desayuna poco, porque el nudo en la garganta le impide que la comida llegue al estómago. Y se sienta a esperar hasta que una camioneta pasa por ella. Espera que siente eterna.

En la camioneta se acuerda de él: Se conocieron en 2009, cuando a Marcela le faltaban dos años para ser mayor de edad y él, de 29 años, la abordó frente al Palacio Municipal de un pueblo en Veracruz. "Estás muy guapa, ¿no me das tu número?", le coqueteó. Intercambiaron teléfonos. Se "enamoraron" por mensajes que se enviaron desde septiembre hasta diciembre, y antes de que acabara el año él la invitó a una "comida de cumpleaños" en su casa, en la frontera de Puebla y Tlaxcala. Ella le dijo a su mamá que iría a una fiesta con amigas, pero se fue con él, quien le pidió matrimonio esa misma noche. A los pocos días, él formalizó la petición de mano con la familia de Marcela y la madre aceptó, aunque su hija fuera menor de edad. Para celebrar su compromiso, él la llevó a la ciudad de México y ahí la forzó a "pagar" su propia boda… ¿Cómo? Prostituyéndose.

 ¿PERDONAR AL DIABLO? Su cita ocurrirá en unos minutos. Marcela desciende de la camioneta, entra al reclusorio, intercambia su credencial de votar por un gafete de visitante y supera varios filtros con guardias hasta llegar al área administrativa del penal. Acompañada por miembros de la ONG Comisión Unidos contra la Trata, entra a una sala austera, poco iluminada, con una mesa larga de madera oscura y se sienta en una silla en el extremo final, lejos de la puerta.

Una empleada de la cárcel le avisa que acaban de llamar al padrote. Llegará en cualquier momento. Marcela tiembla. Las manos le sudan. Las piernas se mueven sin control. De nuevo, la sensación de desmayarse del miedo.

La puerta se abre después de 15 minutos. Es él. Más flaco, pero es él. Es Pedro.

La hora llegó. El expadrote de Marcela está frente a ella. Marcela no se levanta de la silla. Permanece inmóvil, aunque una parte de ella quisiera salir corriendo. Pedro se sienta cerca, pero no tanto. El primero en hablar es él.

"Perdóname, estoy arrepentido por lo que te hice. Sé que te arruiné la vida", le dice el hombre treintañero y cuerpo de gimnasio, vestido de caqui, muy distinto al padrote furibundo, panzón, con camisas carísimas, que ella recuerda.

La voz de Pedro le recuerda aquel primer día en que inició la explotación sexual, cuando él la animó con un "yo sé que tú puedes, amor" antes de entregarla a Jazmín, una integrante de la red de trata, quien enseñó a Marcela cómo atraer un cliente, poner un condón, moverse en una relación sexual, cobrarles, "pararse" en la calle y hacer convincente ante los policías el discurso de "yo estoy aquí por mi voluntad".

Es el mismo que, cuando le contó que ese día había tenido 50 clientes y que varios de ellos la violaron pese a que lloraba y les decía que estaba secuestrada, sólo le respondió: "Ya te vas a acostumbrar". A los siete días bajo el poder de Pedro, el primer gran operativo antitrata en el Distrito Federal llegó al Hotel Universo y la rescató.

Mientas lo escucha, Marcela se habla a sí misma. Tiene que recordar por qué está aquí, frente a él: El odio la estaba consumiendo. "Yo estaba muy mal, pero sentí que estaría peor si en mi proceso no había un perdón. Quería que me pidiera perdón y me explicara por qué lo hizo (…) La Fundación Camino a Casa lo había contactado, fue varias veces a la cárcel a hablar con él, a trabajar en su readaptación, él les dijo que estaba dispuesto a pedir perdón".

Marcela quiere interrumpirlo. La voz no sale. Apenas un quebranto de palabras, pero las fortalece hasta hacer tres oraciones. "Te perdono porque no quiero ser como tú, pero no olvido lo que me hiciste".

La conversación se alarga 20 minutos, en los que ella escucha las disculpas de Pedro innumerables veces, hasta que decide que es suficiente. Con el temblor dominado en las piernas, se levanta y se despide de Pedro. Le recalca: "Estás perdonado".

-¿Te puedo abrazar? -le pide él.

-No, claro que no -responde Marcela.

Luego de unos segundos en silencio, ella atina apenas a sugerir:

-Bueno, ¿y si te doy la mano?

-Ok -es todo lo que responde Pedro.

El apretón de manos es el último contacto. Marcela siente que el temblor regresa cuando lo toca, pero hace un esfuerzo por despedirse con firmeza. Sólo hasta que está segura que él no la observa, exhala aliviada.

Ella deja la cárcel como librada de un peso emocional del tamaño de una semana capturada; él entra a su celda con la carga de una sentencia de 30 años en prisión.

 ADIóS AL INFIERNO El odio también la quemaba. Eso cuenta Paola. Era como una línea de fuego que le impedía avanzar personalmente y amenazaba con chamuscar la relación con su hija, así que cuando le propusieron escuchar el perdón de Leonel, aceptó sin dudarlo.

Llevaba cuatro años sin ver al hombre que le presentó su jefe en una maquila de Puebla. Él, de falsos 22 años, la enamoró cuando le encontró las huellas de inseguridades de una niñez difícil. Al igual que a Marcela, le propuso matrimonio con un costo oculto: La luna de miel se paga con trabajo sexual y todas las ganancias las guardo yo.

Paola trabajó con una credencial de elector apócrifa en La Merced y Tlalpan, donde era forzada cada noche hasta por 40 hombres. Tres meses duró su infierno, hasta que un operativo en un hotel -cuyo nombre borró de su memoria- le trajo su libertad.

"Él me vendía, como si yo fuera un mueble. ¡Lo odiaba! Pero empecé a sentir la necesidad de verlo, que me explicara por qué tanto daño, si lo único que hice fue quererlo", recuerda.

Durante meses y por separado, la ONG, ella y él trabajaron en el encuentro. Cuando el día llegó y estuvieron a menos de 10 metros de distancia, en una sala del Reclusorio Sur, el odio volvió, incluso cuando Paola vio lo que la cárcel estaba haciendo con su victimario: El padrote volcánico estaba desactivado.

"Me dijo que había tenido una infancia muy difícil, que lo perdonara. Lo vi arrepentido. Hasta me pidió que fuéramos amigos. 'Claro que no, esto es para que yo esté tranquila, pero ya no te volveré a ver jamás', le dije", recuerda.

Paola se negó a besarlo. Le rechazó el abrazo. Ni siquiera quiso estrechar su mano. Cuando le dijo "te perdono", se dio la vuelta con el cuerpo frío. El odio que la quemaba se había ido.

Para llegar a este punto de volver a ver a sus victimarios, tuvo que haber una preparación para Marcela y Paola. "Para las víctimas, esto se llama 'justicia restaurativa'. Es un proceso largo para preparar a ambos. Estos encuentros permiten a la víctima que así lo desea iniciar un proceso de sanación, y el victimario, al pedir perdón, reconoce sus errores y difícilmente vuelve a cometer un delito", comentó Rosi Orozco, presidenta de la Comisión Unidos contra la Trata.

Esta reparación del daño se dificulta cuando se trata de las 134 víctimas extranjeras de bandas mexicanas. La mayoría en porcentaje (42.86) son guatemaltecas, seguidas por las hondureñas (18.80) y las haitianas (15.04), pero también hay españolas (1.50), rusas (0.75) y húngaras (0.75), entre otras, quienes vuelven a su país apenas pueden y no tienen la opción de llegar a esta última etapa del perdón con sus victimarios.

"Como víctima, es muy difícil que tu padrote esté libre. O que estés en otro país y no puedas hacer lo que yo, de descargar ese odio y pasar al perdón. Es como tener tu vida en pausa", dice Marcela la tarde en que me contó su encuentro con el hombre que la mantuvo cautiva. "Yo lo perdoné, pero él debe seguir su proceso jurídico. No es un perdón legal, es algo que me permite cerrar un círculo en mi vida y avanzar. Aunque sí, fue muy fuerte. Es como si te sentaras con el demonio".

50

HOMBRES

Clientes al día tenía Marcela en su labor.

134

VÍCTIMAS

Extranjeras se han detectado en las bandas de trata.

MESES

De explotación sufrió 'Paola'a manos de a quien amaba.

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Escrito en: trata de personas

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