Cuando cae la noche, Seúl se transforma: las luces y pantallas brillan más.
Después de un viaje de 12 horas desde Los Ángeles (la ruta más directa desde la Ciudad de México), estoy listo para sorprenderme en una de las ciudades más avanzadas del planeta.
En los pasillos del aeropuerto, las estrellas del pop coreano le dan la bienvenida a los pasajeros, a través de videos en pantallas de última generación. Parece un recordatorio de los grandes productos surcoreanos del Siglo XXI: tecnología de punta y pop.
El Aeropuerto Internacional de Incheon se encuentra a 45 minutos en auto de Seúl; en autobús, el trayecto puede aumentar 20 minutos, sin embargo, el transporte en general es de primera.
Si se elige taxi de sitio del aeropuerto, hay que pagar el equivalente a 500 pesos que, definitivamente, lo valen: asientos de piel climatizados y, sobre todo, la atención del conductor que habla perfectamente el inglés.
Al ingresar a la ciudad, resaltan los edificios altos de oficinas y centros comerciales. Dar los primeros pasos en Seúl cuesta trabajo para quien jamás se haya encontrado en una urbe asiática en la que los anuncios multicolores se funden con pantallas que transmiten publicidad en alta definición.
Parece que sus 10 millones de habitantes no notan que un extranjero visita su ciudad. Se ven oficinistas, jóvenes con uniforme escolar y personas de todas las edades acompañados de su mejor amigo: el celular. La explosión global del uso de estos dispositivos, la calidad de la conexión a internet y el hecho de que Samsung se encuentre en su país, han provocado que la mayoría vaya por la calle escuchando música, jugando o viendo tv.
Cuando cae la noche, Seúl se transforma: las luces y pantallas brillan más; grupos de jóvenes se reúnen para cantar o bailar música pop coreana.
Al caminar por las calles comerciales en horas nocturnas, percibo más el olor de la comida que se fríe en puestos callejeros: arroz, trozos de cerdo o pescado en brochetas.
A las 12 de la noche, todavía se consigue entrar a algunas boutiques de ropa, tiendas deportivas, de belleza y de souvenirs.
Entre la modernidad y la historia
Seúl tiene su lado tradicional: pequeñas villas y templos de hace 600 años con algunas restauraciones mayores, producto de las guerras, pero que mantienen el espíritu de las dinastías.
El palacio de Changdeok es uno de los cinco grandes palacios de Seúl. El recorrido se puede hacer con o sin guía, aunque lo más recomendable es contratar uno en inglés.
Es uno de los nueve complejos que forman parte del Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO. Contiene 13 edificios, entre los que destacan la casa de las familias imperiales, templos y recintos dedicados a las asambleas de Estado. Pero el tesoro oculto es el Biwon, un jardín centenario en el que parece que el tiempo se detuvo. Hay un estanque cubierto con flores de loto, rodeado por árboles, con un pabellón en medio que servía para el descanso de la familia real.
De compras
Los centros comerciales de Dongdaemun, Insadong y Myeonddong rompen esquemas y forman el área "fashionista" de la capital. Son pisos completos dedicados a tecnología, productos de belleza, ropa y accesorios a precios accesibles. Algunos son reembolsables de impuesto, por lo que hay que estar alertas antes de abandonar el país para lograr la devolución.
El lugar indicado para comprar tecnología es el mercado de Yongsan: más de 5 mil tiendas de cámaras, computadoras, teléfonos, tabletas, juegos de video y todo lo que se pueda desear.
El único inconveniente es que los vendedores suelen ser molestos, agresivos en ocasiones, al tratar de que los visitantes prueben los productos.
Seúl es quizá una de las tres megalópolis más avanzadas del mundo. Siempre querré volver, por el cálido trato de la gente y su intachable cultura cívica, por la emoción de las compras, la vida nocturna o los paseos en medio de las luces y la música o, simplemente porque, como bien lo dice su publicidad turística, es el "alma" de Asia.
